No
obstante, es importante considerar, a su vez, que de la mano de la determinante
construcción mediática de su imagen, el sutil trato con el que Barack Obama
decidió manejar el tema étnico, apelando no sólo a su imagen afro americana con
matices rememorativos del espíritu de cambio y poder social de M. Luther King
(trazado en su famosa consigna yes we
can: sí podemos) sino también a un ciudadano votante mucho más plural y respetuoso, capaz de incorporarse a un
proyecto de nación orientado a rectificar el idealismo norteamericano ante el
mundo, rindió los efectos esperados. De igual forma, se delinearon los límites
de las esferas ultra conservadoras y el aparato religioso sin que atravesaran un
sentimiento de amenaza progresista a ultranza, como le ocurrió por ejemplo, al
candidato demócrata en las elecciones presidenciales de 2000, Al Gore.
Por
otro lado, el manejo del miedo pareciera haber sido emplazado por la evocación
de la historia estadounidense en sus coyunturas y personajes más consagrados en
el espíritu norteamericano: Lincoln y Roosevelt. De tal forma, que el programa
ultra conservador, decidido a retrasar el
reloj político estadounidense que se legitimó con la reelección de W. Bush
en 2004, pareciera prometer una recomposición de sus tiempos, y no sólo porque
así lo exijan los denigrados valores nacionales de los estadounidenses y su
clase política, sino porque se ha convertido en una condición determinante para
la anhelada y urgente recomposición del liderazgo moral que la superpotencia ha
perdido en el cada vez más sólido escenario multilateral que atraviesa el
sistema mundial, como bien lo manifiesta la región
latinoamericana.
Estos
son los trabajos que ofrecemos en esta publicación y que hemos organizado de la
siguiente manera: