-¡Ay, mamál -exclamó mi madre,
dirigiéndose a ella y quitándole de las manos el diminuto
ataúd.
Luego, desaparecieron las dos; pero yo me quedé en la
cámara, mirando al hombre del traje azul.
-Pequeño, tu hermanito se ha ido -me dijo el hombre,
inclinándose sobre mí.
-¿Quién eres?
-Un marinero.
-¿Y quién es Saratov?
-Saratov es una ciudad. Mira por la portilla. Allí la
tienes.
Miré hacia afuera y divisé tierra firme, negra,
desgarrada, humeante de neblina, como una rebanada grande que acabaran de cortar
de una hogaza de pan recién sacado del horno.
-¿Y dónde ha ido mi abuela?
-Va a enterrar a su nieto.
-Lo enterrará en tierra, ¿verdad?
-¡Claro, clarol En tierra.
Sonó encima de nosotros un aullido recio. Yo ya
sabía que era el vapor, y no me asusté. El marinero me dejó
a toda prisa en el suelo y salió corriendo.
-Tengo que irme -me dijo antes de salir.