Cubre el agua una niebla gris y húmeda; a lo lejos, se
columbra la oscura orilla que vuelve a desaparecer entre niebla y agua. Todo,
alrededor, tiembla y se mueve, y sólo mi madre permanece quieta e
inmóvil, apoyada en la pared de la cámara, con las manos en la
nuca. Su cara está oscura, como si fuera de hierro, y sus ojos permanecen
cerrados; se encierra en un mutismo pertinaz, y es otra mujer completamente
nueva; hasta el vestido que lleva me es desconocido.
La abuela no para de decirle:
-Pero come algo, Varia, aunque sólo sea un bocado.
Ella calla y sigue sin moverse.
Conmigo la abuela sólo habla en cuchicheos. Con mi madre
habla más fuerte, pero con cierta precaución y temor, y,
además, muy poco. Me parece que tiene miedo a mi madre. Yo comprendo muy
bien que se lo tenga y esto me acerca más a la abuela.
-¡Saratovl -exclama mi madre súbitamente y como
irritada-. ¿Dónde está el marinero?
¡Qué palabras tan extrañas son las que
pronuncia: Saratov, marinero...l
Entró en el camarote un hombre de cabello cano y ancho
de hombros, con traje azul. Traía una caja pequeña que la abuela
le cogió; dentro de ella puso a mi hermanito muerto, cerró la tapa
y, sobre los brazos extendidos, la llevó hacia la puerta. Estaba tan
gruesa, que hubo de ponerse de lado para poder atravesar, con toda clase de
contorsiones cómicas, la estrecha puerta de la cámara.