-¿De dónde has venido? -le pregunté.
-De allá arriba, de Nijni.
-¿Has venido andando?
-Por el agua no se puede venir andando. He venido embarcada,
naturalmente. Ahora estate quietecito.
Yo no sabía cómo entender sus palabras. Arriba en
nuestra casa, vivía un persa barbudo, y abajo, en el sótano, un
viejo calmuco amarillo que comerciaba en pieles de oveja; para ir de casa del
uno a la del otro había que bajar la escalera desde arriba o rodarla, si
se le iban a uno los pies; pero ¿qué era aquello de
"arriba" y "por el agua"?
Resueltamenle, en lo que decía mi abuela haba algo
raro.
-¿Por qué me he de estar quieto? -le
pregunté yo.
Porque aquí no se puede hacer ruido -me contestó,
bondadosa.