Salí al patio, y tampoco me agradó ni poco ni
mucho: por todas partes había colgados unos trapos grandes y
húmedos, se veían cubas de un líquido espeso de diversos
colores, en que estaban sumergidos grandes pedazos de tela. En un rincón
había un anejo bajo y medio derruido, con un horno grande, en el que
ardía leña con viva llama, mientras en una caldera gigantesca una
cosa hervía y burbujeaba, y un hombre, a quien no se veía,
exclamaba, con voz recia, una palabras raras:
-Palo de sándalo... Fucsina... Vitriolo...