Mientras tanto, la niebla que hasta
entonces había ocultado las estrellas, se había ido disipando, y Yáńez
distinguió inmediatamente la altura donde estaba emplazado el fortín; tanto más
cuando que el resto de la costa era una llanura.
Aquel pelotón de hombres se puso en marcha
en medio del silencio más profundo. Yáńez iba alumbrando el camino con una
linterna que había cogido de la chalupa, y cuya luz podía verse a gran
distancia, dado lo oscuro de la noche.
Por la otra parte de la duna descubrieron
una especie de sendero que serpenteaba por entre las plantaciones de índigo, y
que parecía dirigirse hacia la elevación; los tigres se internaron por aquel
camino, marchando en fila.