Se trataba de una barcaza de una docena de
metros de longitud, ancha de costados, con puente y armada con un pequeño cañón,
situado en la proa. Algunos hombres vestidos de blanco, y que parecían
indostanos, por los turbantes que llevaban, estaban apoyados en la borda.
-¡Echad un cable! -dijo Yáñez, mientras
que sus malayos alzaban los remos y cogían los parangs, ocultándolos luego bajo
los bancos.
Desde a barcaza arrojaron una cuerda, y
Sambigliong, que había pasado a proa, la cogió enseguida.