-Eso es una verdadera suerte, seńor Yáńez
-dijo el americano.
-No digo que no, ˇMire usted si me había
equivocado! Es una chalupa de vapor y no un prao. ˇMuchachos, estad prontos!
-ˇAcercaos -gritó de pronto una voz ronca
-, u os largo un metrallazo!
-ˇY asesinaréis a unos compańeros!
-contestó Yáńez -. Pero debo advertir que no soy un dayako, sino un oficial del
rajá.
El hombre que había formulado la amenaza,
murmuró algunas palabras que Yáńez no pudo oír.
La chalupa estaba ya tan cerca, que se la
podía ver perfectamente, pues estaba alumbrada por un gran farol colocado en lo
alto de la chimenea.