-;Ah! -contestó el hidalgo- Dios es testigo de que no sé qué decir ni qué hacer. Quisiera morir antes que perder lo que perdería al descubrir la verdad, si mi amada se enterara de ello.
Entonces el duque dijo:
-Por mi cuerpo y alma y por el aprecio y confianza que os debo como a uno de los míos, os aseguro que en vida mía ninguno se enterará de lo que habléis, sea cual fuere su importancia.
El hidalgo contestó entre lágrimas:
-Señor, os lo diré todo. Quiero a vuestra sobrina de Vergy, ella me quiere, y los dos nos queremos tanto que más es imposible.
-Decid ahora -dijo el duque-, si deseáis que guarde el secreto: ¿es verdad que nadie más que vosotros dos lo sabe? -El hidalgo contestó:
-¡Lo juro, nadie más!
-¡Qué raro! -dijo el duque-. ¿Cómo os arregláis para encontraron y para concertar el sitio y el momento?
-En verdad -dijo el hidalgo- no os esconderé el procedimiento, ya que conocéis todo el secreto.
Acto seguido le reveló sus andanzas, lo que habían acordado y el ardid del perrito. Cuando lo supo todo, el duque dijo al hidalgo:
-Quiero que permitáis que os acompañe a la primera cita, porque deseo verificar sin dudas que las cosas son como decís. Mi sobrina no sabrá de mi presencia.
-Señor, gustoso aceptaré que me acompañéis esta noche, si no os parece mal u os fastidia.
El duque contestó que al contrario de fastidiarlo,. esto le gustaría y divertiría. Combinaron ambos, pues, para ir de noche a pie hasta la residencia de la sobrina del duque, que era cercana.