-¡Ah! mi Dios, ¿qué
acabo de oír? La duquesa me ha echado en cara tener mi perrito bien
adiestrado! ¡Sólo puede estar enterada de eso, seguro, por aquel
que yo quería y que me ha engañado! ¡Y jamás le
habría confiado algo así de no haber tenido ambos mucha confianza,
y de no amarla más que a mí, a quien traicionó! Me doy
cuenta de que no me ama, ya que quebró su juramento. ¡Y yo que lo quería tanto que pasaba noche y día penando en él! ;Era todo mi contento, mi gusto, mi placer, mi gozo, mi alivio, mi sostén! ¡Cómo no pensar en él cuando no estaba conmigo! ¡Ah, delicado amigo! ¿Cómo hicisteis esta maldad? Creía que erais conmigo más fiel que Tristán con Iseo, y os quería más que a mí misma. Desde que os conocí jamás he dicho o realizado cosa alguna, ni grande ni chica, que pudiese enojarnos, que justificara vuestro resentimiento y deslealtad y os llevase a quebrar nuestro amor dejándome por otra y descubriendo nuestro secreto. ¡Ay, querido!, yo jamás habría podido haceros eso a vos; si Dios me hubiera entregado la tierra entera y aun todo el cielo y el Edén a cambio de vos, no habría aceptado, porque erais mi tesoro, mi salud, mi contento, y lo que me acongoja más es ver que no me amabais. ¡Ah, mi dulce amor! quién hubiera imaginado que ese hombre me haría mal, a mí, que siempre hacía todo por satisfacerlo, él que siempre afirmaba que era mío y me tenía por su mujer. Y hablaba de modo tan afectuoso que creía en él y nunca habría pensado que hallase motivos para trocarme por una duquesa o una reina. Creía que se consideraba mi amigo para siempre: si él hubiese muerto antes, mi amor era tan enorme que con seguridad yo no hubiera vivido mucho más, ya que hubiese sido mejor para mí perecer con él que vivir sin verlo. ¡Amor, amor! ¿Es correcto que él haya revelado de tal modo tus secretos? Así me pierde como yo lo perdí a él; sin él no puedo vivir y la existencia no me interesa. Pido a Dios me conceda la muerte y se apiade de mi alma; que honre a quien me engañó; yo lo disculpo, ya que hasta me será grato morir por él.
La castellana calló, después murmuró:
-¡Querido amigo, a Dios os confío!