Y vio también tres hermosos cisnes que se acercaban a él saliendo de entre un macizo de plantas. Nadaban suave y ágilmente, con un tenue rumor de plumas. El patito reconoció a las majestuosas aves y no pudo evitar que lo sobrecogiera una extraña melancolía.
"Volaré hacia ellos -se dijo-. Me acercaré a los reales pájaros aunque me deshagan a picotazos porque soy tan feo. ¡No importa! Mejor ser destrozado por ellos que por los patos o las gallinas, o por los fríos y las calamidades del invierno".
Se lanzó, pues, al agua, y nadó en dirección de las señoriales aves. Estas lo vieron y se precipitaron hacia él con las plumas encrespadas.
"¡Mátenme si quieren!" -exclamó el pobrecito, e inclinó la cabeza hacia el agua, previendo y temiendo la muerte. Pero, ¿qué fue lo que vio en la transparente superficie?
Vio su propia imagen, pero ésta no era ya la de un desmañado pajarraco gris, sino la de un cisne. ¡Era un cisne! ¡Nada importaba haber nacido en un corral, si uno procedía de un huevo de cisne!