-Son vacas del mar. Te contaré toda
la historia, y en verdad te agradezco de corazón el que hayas intentado ahogarme. Estoy ahora en excelente posición; puedo decirte que soy muy rico. ¡Tuve tanto miedo cuando me vi dentro de la bolsa! El viento me silbaba en los oídos mientras caía al agua desde el puente. El agua estaba fría; me hundí enseguida hasta el fondo, pero sin hacerme daño, pues en ese lugar hay musgo de exquisita blandura. La bolsa se abrió al instante, por manos de una hermosa doncella vestida de blanco y con una corona de algas verdes en el pelo. La joven me tomó de la mano y dijo:
"¿Estás ahí,
Claus el Pequeño? Aquí tienes algunas cabezas de ganado para ti; y
media legua más allá, en el camino, encontrarás otra vacada que tomarás también como obsequio mío". Entonces vi que el río era una gran carretera por la que se paseaba la gente del mar, de un lado a otro, entre la boca del río y su nacimiento. Había flores preciosas, ¡y un césped tan fresco! Los peces pasaban nadando junto a mí, como pájaros en el aire. ¡Qué buenas gentes son aquéllas, y qué magnífico ganado!
-Pero, ¿por qué volviste de nuevo aquí, entonces? -preguntó Claus el Grande-. Yo no lo habría hecho en tu lugar, si me hubiera encontrado tan bien allí.