-¡No, no! ¡Por favor! -gritó el sepulturero-. ¡Déjame salir!
-¡Hola! -exclamó Claus el
Pequeño, fingiendo sentirse asustado-. ¡Vaya, si está aquí dentro! Ya lo creo que será mejor echarlo al río y que se ahogue.
-¡Oh, no! ¡No! ¡Te daré un talego lleno de dinero si me dejas salir!
-Bueno, eso cambia de aspecto
-aprobó Claus el Pequeño abriendo el cofre. El sepulturero salió inmediatamente, arrojó al agua el vacío cofre de un empujón, y luego fue, a su casa y entregó a Claus el Pequeño un talego bien lleno de dinero. La carretilla estaba ahora rebosando, pues, como se sabe, había ya en ella otro talego procedente del granjero.
"Reconozco que ha sido un buen precio
por el caballo -se dijo al llegar a su casa, mientras volcaba el dinero de la carretilla en el suelo, donde formó un imponente montón-. ¡Qué rabia le dará a Claus el Grande cuando sepa lo rico que acabo de hacerme con un solo caballo! Pero no le diré la verdad".