Durante la noche, mientras Claus el
Pequeño dormía así sentado, la puerta se abrió y entró Claus el Grande con su hacha. Sabía dónde estaba la cama de Claus el Pequeño, y se dirigió a ésta. Alzó el hacha y descargó con toda su fuerza un golpe en la frente del cadáver, creyendo que se trataba de Claus el Pequeño.
"Veremos si vuelves a burlarte de mí ahora" -dijo.
Y regresó a su casa.
"¡Qué hombre malo y
perverso!" -se dijo Claus el Pequeño-. "Quiso matarme. Y ha sido una suerte que la pobre abuela estuviera ya muerta; de lo contrario la habría asesinado".
Vistió de nuevo a la anciana abuela
con sus mejores galas de domingo, pidió prestado un caballo a un vecino, lo unció a unció a un carricoche y sentó a la abuela en el asiento trasero de modo que no pudiera caerse con el movimiento del vehículo. Luego emprendió camino a través del bosque. Al salir el sol se encontró a la puerta de una gran hostería, adonde entró en busca de algo de comer.