-¡Cueros! ¡Cueros! -voceaban remedándolo-. ¡Ya te vamos a dar cuero nosotros! ¡Fuera del pueblo!
Y Claus el Grande tuvo que correr cómo no había corrido nunca. Ni tampoco había recibido nunca semejante paliza.
"Claus el Pequeño me las
pagará -se prometió al llegar a su casa-. Lo
mataré".
La anciana abuela de Claus el
Pequeño acababa de morir en casa de su nieto. En verdad había sido bastante malévola y poco amable con él, pero Claus el Pequeño sintió mucho su muerte. Tomó el cadáver y lo colocó en su propio lecho caliente, por ver si acaso la anciana no estaba muerta aún del todo y se reanimaba. Se propuso dejarla allí toda la noche; él dormiría sentado en una silla, en el rincón, como ya había dormido antes más de una vez.