De modo, pues, que Claus el Pequeño entregó su bolsa con el cuero seco del caballo y recibió en pago un talego de dinero, bien lleno. El granjero le dio también una carretilla grande para que acarreara el dinero y el cofre.
-¡Adiós! -se despidió Claus el Pequeño, y partió con su dinero y el gran arcón en cuyo interior estaba el sepulturero.
Más allá del bosque
corría un río ancho y profundo, de corriente tan fuerte que era casi imposible nadar contra ella, y sobre la cual habían construido un amplio puente. Al llegar a la mitad de éste, Claus el Pequeño dijo en voz alta, de modo que el sepulturero pudiera oírlo:
"¿Qué estoy haciendo yo
con este estúpido arcón viejo? Por lo que pesa, bien podría estar lleno de adoquines. Y eso de llevarlo en carretilla todo el camino se hace demasiado pesado; mejor será tirarlo al río".