Después de lo cual necesitó beber un trago; y asi estuvieron los dos hombres, sentados a la mesa y bebiendo hasta bien entrada la noche.
-Tienes que venderme ese duende -dijo el granjero-. Pide cuánto quieras por él. Te daré un talego lleno de dinero por él.
-No; no puedo. Recuerda que el duende me resulta muy útil.
-¡Oh, pues a mí me
agradaría mucho tenerlo! -insistió el granjero, y prosiguió suplicando.
-Está bien -admitió
finalmente Claus el Pequeño-. Has sido tan bueno conmigo que no veo más remedio que dártelo. Lo tendrás por un talego de dinero, pero quiero que esté bien lleno.
-Así será. Eso sí,
quiero que te lleves contigo el cofre. No podría verlo en mi casa ni una hora más. Nunca podría saber si está él adentro o no.