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Por Nomi Pendzik
comoescriben@elaleph.com


"El mejor coordinador de taller es aquel que le revela al autor lo que el escrito tiene para decirle"

Entrevista a Marcelo di Marco

Marcelo di MarcoMarcelo di Marco nació en Buenos Aires en 1957. Desde hace más de veinte años publica libros de poesía, narrativa y ensayo, como así también artículos y críticas sobre literatura y cine. Dedicado a la coordinación de grupos de escritura desde 1979, sintetizó esa experiencia en cuatro títulos de Editorial Sudamericana: el best-seller Taller de corte & corrección. Guía para la creación literaria (1997), Hacer el verso. Apuntes, ejemplos y prácticas para escribir poesía (1999) -"…dos de los mejores textos que se puedan encontrar en español sobre técnicas de escritura de prosa y poesía" (El escriba, marzo de 2000)-, Atreverse a escribir (2002) y Atreverse a corregir (2002) -estos dos últimos, escritos en coautoría con la autora de esta nota, y lanzados también como e-books en una coedición con elaleph.com: Atreverse a escribir es el primer libro electrónico en la historia de Sudamericana-. Actualmente, Di Marco es el coordinador general del TC&C en elaleph.com, imparte talleres literarios virtuales y dirige personalmente los distintos grupos de escritores que buscan perfeccionar su estilo con un método ya reconocido y aplicado en escuelas y talleres de todo el país.

iNP: Acabamos de mencionar el método del Taller de Corte & Corrección. ¿En qué consiste ese método?
MDM: Hablar de un método es riesgoso: en el contexto de la creación, la palabra "método" evoca fácilmente un sistema rígido o, al menos, poco flexible. Además, lo primero que deberíamos hacer, antes de hablar de "método" es fijar el objetivo que esa metodología procura alcanzar. En este caso, la metodología está enfocada a que el escritor que viene a entrenarse en el TC&C salga escribiendo mejor que cuando entró. Procuramos ayudarlo a que exprese del modo más literario posible todo lo que tenga para decir, sea en el género que fuese. En cuanto al sistema aplicado para conseguir ese objetivo general, podría decirse que está apoyado en estos tres puntos básicos: 1. Técnicas de creación del material; 2. Técnicas de estructuración de dicho material; 3. Técnicas de corrección estilística del texto logrado, con miras a su publicación.

NP: Desde luego que esto está desarrollado en los cuatro libros sobre escritura que fundamentan el trabajo de campo. Pero, ¿se podría describir a grandes rasgos cada etapa?
MDM: En la primera, hacemos hincapié en la libertad absoluta del artista, y las técnicas tienden a que ese "sacar afuera" sea un acto de goce y creación pura. Un acto libre de censuras, moldes, esquemas prefabricados: nada que contribuya a amordazar. Procuramos que el escritor se hunda en su propia historia, en su conciencia; que extraiga de su propia cantera el mármol a trabajar. ¡Basta de vivir sueños de otros! No hay dos seres humanos idénticos: si bien somos iguales en esencia, en todo lo demás somos absolutamente distintos. ¿Qué sucedería si uno escribiese desde su propia imaginación? Sería siempre un autor original aunque tratara temas que ya han tratado otros -además, no hay que confundir tema con argumento; argumentos y sueños disímiles pueden hablar de un mismo tema: un poema de amor de Neruda sólo se parece a uno de Lorca en que los dos están escritos en verso y en maravilloso español, cada cual a su manera-. En la segunda etapa, la relativa a la estructuración, le ayudamos al tallerista -cuando lo necesita- a descubrir hacia dónde disparan sus novelas, sus cuentos, sus poemas, sus ensayos, sus artículos. Muchas veces el bloqueo creador se da en esta etapa y no en la primera, en la del sacar afuera; por ejemplo, el escritor novicio no sabe muy bien si lo que tiene entre manos es un cuento o una prosa poética o el primer capítulo de una novela. Pues bien, en la etapa de construcción del edificio le mostramos cuál es la verdadera dirección de su texto. Siempre digo que el mejor coordinador de taller es aquel que le revela al autor lo que el escrito tiene para decirle. Pongamos por caso: el borrador de la novela se nota pobre en su arranque, y va la novela y nos dice que sus últimos capítulos convendría acomodarlos al principio, para reforzar ese comienzo o transmitir información que el lector necesita. O un diálogo poco creíble en cierta zona del cuento le está pidiendo a gritos a su autor que lo dote de verosimilitud. Una descripción de una tormenta puede estar diciéndole al describidor que así como está armada no logrará siquiera salpicar a nadie. Después, en el tercer momento, el estilístico, una vez que el edificio está construido se pasa a ver de qué color se pintarán sus paredes, qué tipo de cortinas son las más adecuadas para lograr el efecto general. La comparación es un poco odiosa, pero vale la pena si aclaro que aborrezco los "adornos". Ante estos asuntos que tienen que ver con la belleza del conjunto, prefiero ubicarme frente a ellos como un arquitecto, no como un mero decorador de interiores -profesión muy bella, por otra parte-.

NP: Resumiendo: creación, construcción y pulido. ¿Y después?
MDM:
Y después la caza del lector, actividad extenuante que necesariamente completa la literatura concebida como un acto de comunicación -y perdón por la perogrullada-. Acá quisiera agregar una última etapa del "Método TC&C", por llamarlo de alguna manera. Me refiero a la promoción de los autores que trabajan en nuestros grupos, sean en talleres presenciales o en talleres virtuales. Constantemente estamos brindando información sobre cómo publicar, establecer contactos con editores, participar en concursos. Como resultado de este impulso, ya tenemos en el taller muchos libros valiosos que nos enorgullecen y nos hacen muy felices. Y ahí está la antología Pasajeros en Arcadia. Treinta y nueve cuentos escritos en el Taller de Corte & Corrección, que Editorial de Belgrano nos publicó en 2000. Y cualquier lector del mundo puede tener acceso a las carpetas personales de cada uno de los casi cien integrantes del TC&C, dossiers que se enriquecen con cada nueva obra terminada. En ellas descubrirá la variedad estilística y la multiforme temática de nuestros poetas y narradores.

NP: ¿Podría sintetizarse en dos palabras el método descripto; o decir, al menos, cuál sería su característica fundamental?
MDM: El libro que dio origen a todo esto se llama Taller de corte & corrección. Pues bien, creo que la claridad expresiva, la fuerza del estilo, la llegada al lector con una escritura de relieve y garra tienen mucho que ver con esta frase de Anton Chéjov: "Saber escribir es saber tachar". Podría decirse que el pivote a partir del cual gira el método TC&C es la elipsis. Hablo del ocultamiento, de la eliminación voluntaria y consciente de aquello que no funcione dentro de una narración. Ya se sabe con Hemingway y su "Teoría del iceberg": todo lo que un autor elimina a sabiendas fortalece el texto. Attenti, que no estoy hablando de proponer una estética determinada dentro de dicho método. Que nadie se llame a engaño ni suponga que en nuestros talleres se escriben textos breves debido a que hacemos hincapié en el corte. A menudo, al hablar de estos temas con mi gente, yo le aclaro que, para mí, una novela de esas que se te caen de la mano cuando las agarrás, si es buena -monumentos de mil páginas como Moby Dick, por mencionar sólo uno-, es una novela "breve". Y que un cuento de apenas dos páginas puede ser larguísimo si no empieza nunca, si su autor se va por las ramas, si no tiene un conflicto interno que lo haga marchar narrativamente -lo único que hace marchar un texto narrativamente es el conflicto, dicho sea de paso-, si la situación no se sostiene, si los personajes no son creíbles. Ese sí que es un cuento larguero e interminable, a pesar de su brevedad física: el autor no logró abolir la incredulidad del lector, no logró hacerle olvidar que está leyendo, no consiguió que se subiese al "tren de la narración", en palabras de Walter Hill, un cineasta norteamericano de primer nivel.

Marcelo di Marco NP: ¿Cómo sabe el escritor cuándo tachar?
MDM: Eso sí que es bien difícil, porque al principio todo lo que escribimos nos gusta o tiene un valor "sagrado". Después, con la experiencia, uno se va poniendo frente a su texto con mayor objetividad. Si ve que hay zonas de información innecesaria o excesiva cantidad de datos o "explicaciones", o un par de versos algo melosos o meramente "lindos", entonces afila su escalpelo. Aclaro que la elipsis, la eliminación de material sobrante, se da tanto a nivel macro como a nivel micro: se aplica en bloques enteros de texto -que pueden abarcar decenas de páginas en muchos casos- o en frases breves como esta barbaridad (y compare el lector la versión original con las sucesivas):
"Haciendo gala de una velocidad inusitada, Juan se levantó inmediatamente de la cama y corrió rápidamente al balcón."
Si convenimos en que en la carrera está implícita la velocidad, no tendremos empacho en eliminar el adverbio innecesario:
"Haciendo gala de una velocidad inusitada, Juan se levantó inmediatamente de la cama y corrió al balcón."
Y después seguimos por la rima entre "gala", "inusitada" y "cama" y por el lugar común que implica ese horrendo "Haciendo gala" (y perdón por la rima que acabo de producir):
"Juan se levantó inmediatamente de la cama y corrió al balcón."
Al adverbio "inmediatamente" le perdono la vida: es eso lo que quería significar, que Juan se levantó de inmediato.

NP: ¿Y lo de la cama? ¿Puede irse?
MDM: Depende del contexto, como siempre: la cama sería innecesaria, si yo antes -supongamos- ubiqué a mi personaje en el dormitorio:

"Juan se levantó inmediatamente y corrió al balcón."

Pero si yo al pobre lo hago acostarse en el sofá, pues acaba de pelearse con la mujer… es otra historia. Lo importante es que, desde las anteriores dieciocho palabras de

"Haciendo gala de una velocidad inusitada, Juan se levantó inmediatamente de la cama y corrió rápidamente al balcón"

…llegamos a las once de

"Juan se levantó inmediatamente de la cama y corrió al balcón".

…que son mucho más precisas porque carecen de ripios y rebabas.

NP: Cambió notoriamente, es verdad.
MDM: Y pensá que nosotros acabamos de hacerlo con una sola frase; pero si practicás este tipo de corrección en las miles que tiene el borrador de una novela de quinientas páginas, significa que esa novela te quedará con más de cien menos. Y las cuatrocientas que queden serán cuatrocientas páginas fuertes, claras y exactas. Y eso el lector lo agradece muchísimo. Se llama precisión.

NP: ¿Siempre es necesario el corte?
MDM: No siempre. Cada texto merece un tratamiento particular. Y cada segmento de ese texto está sujeto a corrección; corrección que no depende de reglas ni de recetarios, sino que se apoya en el contexto integral. A veces hay momentos narrativos desaprovechados por lo resumidos, entonces el autor va y los desarrolla en forma de escenas. A veces los parlamentos de los personajes carecen de incisos que le permitan al lector "ver" quién está hablando y cómo lo dice.

NP: En definitiva, no hay un sistema único.
MDM: De ningún modo. Cuando hablamos de elipsis lo hacemos con referencia a que este instrumento de corte sirve para llevar la frase a una expresión acabada. O cuando procuramos que el texto no aburra al contarlo todo -si querés ser una escritora aburrida, esa es la principal receta: contarlo todo-. Para que se vea que no siempre aplicamos la tijera, ya en el final de esta entrevista me gustaría mostrar dos versiones de un cuento que terminé hace unos días. La primera, de cuatro años atrás, tiene unas trescientas palabras; la segunda versión, setecientas. Y que el lector saque sus propias conclusiones.

NP: Por lo que se desprende de toda la entrevista, hay cierta ética en el método de corrección, ¿verdad?
MDM: En otro reportaje dije que ejercer el arte te mejora. Buscar la precisión y la belleza te hace más preciso y más bello. Nosotros procuramos que esta filosofía, método, sistema o como se llame imbuya a nuestros talleristas: queremos ayudarlos a sacar lo mejor de sí, hacer de cada uno de ellos un autor intenso que cambie la vida de sus lectores. No estamos en este lugar para "formar" y patrocinar escribas "light" obedientes de las modas o que se contentan con contemplarse la pelusa del ombligo. Atreverse a escribir es un acto de plena valentía, y en estos tiempos de domesticación y Pensamiento Único no todos pueden vivir semejante acto de lucidez. Hay que poner lo que hay que poner. Como dijo José Antonio, "Sólo son felices los que saben que la luz que entra por su balcón cada mañana viene a iluminar la tarea justa que les está asignada en la armonía del mundo".
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"Fin de curso" (versión 2002)


Envalentonado, el Leñador de Hojalata del Subdesarrollo hizo su aparición en la Ciudad de las Esmeraldas y oprimió el gatillo. El revolvito debería haber expulsado un inofensivo y trillado banderín de ¡BANG!, y punto. Pero no, no hubo nada de eso: Dorothy se llevó una mano increíblemente rápida a la sien, tiró con el brazo un árbol de papel maché y siguió con su envión de molinete hasta la mesa y rodó ahí y terminó por caer boca arriba arrastrando un par de sillas. A pesar de que no gritó, fue tan convincente al despatarrarse sobre las tablas, que los aplausos y la gloriosa silbatina podrían haberse oído hasta en La Quiaca. Incluso, había quienes pateaban el suelo y las butacas de adelante, enfervorizados, a los gritos.

Sin saber qué hacer ni qué decir, con un formidable embudo de lata en la cabeza y el arma colgándole de la mano, Alejandro se sintió ridículo, grotesco. "Dorothy" -Marisa, antes de subir a actuar (y la muy voluble ex de Juan Martín, antes de empezar a transar con Alejandro)- parecía ahora un pilón de ropa chillona y estrafalaria hecho una montañita en un rincón del escenario. Tenía los ojos bien abiertos, tenía la peluca fuera de lugar sobre la cabeza medio levantada, tenía una negra trenza de sangre que le cruzaba la nariz y que le bajaba por el cuello.

Alejandro vio cómo partía del caño del revólver un humo fino, un plumón azul. De pie en el centro de la escena, se dejó envolver por la ovación. Sintió lágrimas embarrándole el maquillaje, paralizado frente a esa confusa y eufórica masa de público -ahora roja, ahora violeta y amarilla- que se debatía en delirio y que festejaba a carcajadas entre las coloridas luces que venían desde la cabina del iluminador. Enloquecidas, algunas pibas de 1ro. "B" parecían a punto de sacarse las remeras y arrojarlas al escenario. Pero había también mucha gente de las primeras filas -varios profesores, algún preceptor y dos o tres padres- que dejaban de aplaudir, que se levantaban despacio, con los ojos como huevos.

Alejandro perdió contacto con el mundo. Alguien lo agarró del brazo, otro alguien lo abofeteó y se le prendió del cuello, por atrás. Todo se le apagaba. Pero logró entender que intentaban arrancarle el revólver que Juan Martín le había puesto en la mano a los apurones, inmediatamente antes que saliera a escena, no hacía un minuto.

 

"Fin de curso" (versión 2004)

 

El público no paraba de reírse con aquella versión delirante de El mago de Oz. Caracterizada como una piquetera, Marisa estaba espectacular en su papel de la Dorothy de Argentinolandia. Ni siquiera le faltaba el perrito: la gorda Irene andaba en cuatro patas a su alrededor haciendo de Toto.
-¡Y ya van a ver ustedes! -les decía Dorothy a los sonrientes profesores de la primera fila apuntándoles con el dedo-. ¡Ya van a ver cuando les cortemos la ruta y no puedan venir a aburrirnos al cole!
-¡Buena manera de despedir el año! -le dijo el rector a la directora de estudios levantando la voz-. ¡Nuestras fiestas de fin de curso eran un embole fenomenal!
-¡Es que las cosas cambiaron mucho últimamente, Pedro! ¡Los chicos son más libres que nosotros, gracias a Dios!
-¡Y pensar que todo esto es obra nuestra!
La gorda Irene se bajó del escenario, se acercó a la butaca del rector y levantó la patita frente al viejo. Alguien tosía entre los aplausos, atragantado de tanto reírse.
-¡Y ahora viene el strip-tease! -anunció Dorothy, y empezó a sacarse la pollera de colorinche, que ocultaba otra pollera de colorinche.
La gente chillaba, la gloriosa silbatina rompía los tímpanos.
Todos reían, todos menos Alejandro. Sudando escondido entre los decorados del fondo, a punto de subir a escena como el Leñador de Hojalata, espiaba la actuación. Mejor dicho, no podía sacarle los ojos de encima a Marisa. Nunca se felicitaría lo suficiente por habérsela rapiñado al muy imbécil de Juan Martín no bien empezaron los ensayos: incluso disfrazada con esos harapos chillones, seguía siendo la mejor mina del Instituto. Palpó el chiche que llevaba en el bolsillo. Ojalá que no se trabe la banderita, pensó. A Los Tres Chiflados les sale siempre perfecto.
-¡Esa, Ale! -le gritó una chica desde las butacas del medio cuando el Leñador de Hojalata descorrió una tira de lienzo y apareció en la Ciudad de las Esmeraldas Truchas.
Sin una palabra, plantado frente a Dorothy, sacó el revólver, le apuntó a la cabeza y oprimió el gatillo.
¡KA-BLOOM!
Según lo habían ensayado más de veinte veces, el arma de cotillón tendría que haber expulsado un banderín de ¡BANG! en lugar de hacer semejante escándalo. Pero Marisa se llevó una mano a la sien, tiró con el brazo un árbol de papel maché y siguió con su envión de molinete hasta caer boca arriba arrastrando un par de rocas de telgopor pintado.
No gritó. Fue tan convincente al despatarrarse sobre las tablas, que los aplausos podrían haberse oído hasta en La Quiaca. Incluso había quienes festejaban la actuación a los gritos, pateando el suelo y las butacas de adelante.
-¡Grande, Maru! -dijo la gorda Irene, olvidada de su papel.
Con el embudo de lata en la cabeza y el arma colgándole de la mano, Alejandro no terminaba de entender. Marisa era un pilón de ropa en aquel rincón del escenario. Al llegar junto a ella vio los ojos bien abiertos, vio la peluca fuera de lugar, vio un flujo oscuro que le cruzaba la nariz desde la frente y le bajaba por el cuello empapándole la remera agujereada.
Y vio cómo partía del caño del revólver un humo fino, un plumón azul.
Retrocedió dándose vuelta y quedó de cara al público. De pie en el centro del tablado, se dejó envolver por la ovación. Sintió lágrimas embarrándole el maquillaje, paralizado frente a esa confusa y eufórica masa -ahora roja, ahora violeta y amarilla- que se debatía en delirio y que festejaba a carcajadas entre las luces que venían desde la cabina del iluminador. Enloquecidas, algunas pibas de 2do. "B" parecían a punto de sacarse las remeras y arrojarlas a escena. Pero había también mucha gente de las primeras filas -varios profesores, el rector, algún preceptor y dos o tres padres- que dejaban de aplaudir, que se levantaban despacio.
Alejandro perdía contacto con el mundo. Un tipo saltó al escenario y lo agarró del brazo. Otro lo abofeteó, y alguien se le prendió del cuello por atrás.
Todo se le apagaba, pero logró entender: intentaban arrancarle el revólver que, no hacía ni tres minutos, le había puesto en la mano Juan Martín.

 
  INDICE DE LA SECCIÓN
Entrevista
Fin de curso (versión 2002)
Fin de curso (versión 2004)
   SECCIONES
¿Qué hay de nuevo, Viejo?
Buscando letras en la telaraña
Galaxia Cthulhu
Alto Vuelo
La Claqueta
Cómo escriben los que escriben
De Cabecera
Cuaderno de Apuntes



 

 

 

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