
Por
Marcelo Choren
quehaydenuevo@elaleph.com
¡Buenas
noticias, muñeca!
Emecé
reedita cinco novelas de Raymond Chandler.
En
diciembre: Adiós, muñeca (1940) -traducción de César
Aira- y La dama en el lago (1943).
En enero: El sueño eterno (1939) -la primera novela del autor-
y La ventana siniestra (1942).
En marzo: La hermana menor (1949).
Sorprende la falta de un título emblemático: <>El largo adiós
-tal parece que los derechos pertenecen a otro sello-. En definitiva,
cinco Chandler al hilo: diciembre, enero, marzo. Por el cronograma editorial,
deduzco que a Emecé le resultaban muy caros los de Tom Clancy u
otros best sellers veraniegos. En todo caso, bien por Chandler. ¡Y
mejor para nosotros!
El viejo Raymond (Chicago, 1888 - La Jolla, 1959) no escribió mucho:
siete novelas -varias de ellas refundiendo textos anteriores-, una serie
de cuentos cortos y algunos guiones para el cine. Su primer cuento, "Blackmailers
don't shoot", fue publicado en 1933 por Black Mask, pionera publicación
pulp que marcó toda una época en la literatura policial.
El padrino literario de Chandler no fue otro que Dashiell Hammett: él
se encargó de conseguir que esta primera publicación apareciera
en la legendaria revista. Es un momento trascendental para el policial
negro: el Sam Spade de Hammett se eclipsa y le cede el trono detectivesco
a un Philip Marlowe algo menos lírico, algo más desencantado
del mundo.
En el momento de publicarse "Blackmailers don't shoot", Chandler
ya tenía cuarenta y cinco años. Dos décadas más
tarde, terminó su carrera como novelista con El largo adiós,
editada en 1953. Al morir, en marzo de 1959, dejó una obra inconclusa:
Poodle Springs. La terminó -o creyó terminarla- Robert Parker.
Se hizo una deplorable película para TV, con la dirección
de Bob Rafelson y con el no menos deplorable James Caan destruyendo al
personaje de Marlowe.
¿Cómo
leer a Chandler? Con una gran dosis de humor y una batería de antiácidos,
creo. No se necesitarán conocimientos sobre venenos hindúes
indetectables, tampoco hará falta que la víctima se pare
sobre una única baldosa posible -y justo a las 3:30 de la tarde-,
para que una ballesta dispare esa flecha mágica que le atravesará
la coronilla; bastará con imaginar el impacto de una bala calibre
.38 en el pecho de algún rufián.
En la obra de Chandler el enigma es, en realidad, un asunto secundario
(si no fuese así, la relectura de cada una de sus novelas sería
insoportable: el lector ya sabe cómo termina todo). Lo impresionante
es la acción vertiginosa y el estudio de los caracteres humanos
bordeando el estereotipo, jugando con el grotesco en una mezcla de brutalidad,
ironía y filosofía de bar. Bar en que lector y personaje
se sientan a beber bourbon en cada página. Porque, convengamos
en esto, a Philip Marlowe uno lo quiere desde la primera línea,
se le hace difícil separarlo de su autor. Claro que no siempre
se llamó así este justiciero que a veces esquiva los caminos
del procedimiento legal, este Quijote americano de los 50': en distintos
cuentos, Chandler lo hace aparecer como Mallory, Malvern, Carmody y Dalmas.
Pero uno puede oler a Philip Marlowe en cualquiera de estos personajes.
Adiós,
muñeca.
Al igual que en El sueño eterno, Chandler canibaliza algunos
de sus cuentos, los cose con hilo grueso y
voilá: produce
esta novela. Aquí ya se advierte al definitivo Marlowe: un perdedor
caballeroso y duro, con algo de cultura y muchos principios.
-¡Me
he excitado un poco! -dijo (Malloy)-. No le deseo a nadie un tropezón
conmigo. ¡Subamos los dos! Podemos echar un trago.
-No te van a servir. Ya te he dicho que es un club para negros.
-Hace ocho años que no veo a Velma -dijo con su voz profunda
y triste-. Ocho larguísimos años desde que le dije adiós.
Y lleva seis sin escribirme. Seguro que encontrará alguna excusa.
Trabajaba aquí. Buena chica, una muñeca; hay pocas como
ella. En fin, ¿subimos los dos, eh?
-Vale -gruñí lleno de entusiasmo-. Subo contigo.
Subiría mejor si dejaras de llevarme. Puedo andar solo.
Me encuentro bien. Ya soy una persona mayor. Sé hacer pipí
sin necesitar de nadie, sé hacer muchas cosas por mi cuenta. Así
que no hace falta que me lleves.
-La pequeña Velma trabajaba aquí -dijo suavemente.
No me había escuchado. Subimos la escalera. Al menos me dejaba
andar. Me dolía el hombro, y el sudor me empapaba la nuca.
Este fragmento
pertenece al primer encuentro entre el detective y Malloy, un ex presidiario
gigantesco y entrañable que busca a su novia. Será Philip
Marlowe quien la localice y, al mismo tiempo, quien desenrolle la intriga
que había llevado a Malloy a la cárcel.
Se hicieron dos versiones para el cine: una en 1945, dirigida por Edward
Dmytryk, con Dick Powell; y otra -mucho mejor- en 1975, dirigida por Dick
Richards, con Robert Mitchum y la siempre enigmática Charlotte
Rampling. Para las dos películas se utilizó el mismo guión
de Chandler.
La
dama en el lago
Chandler traza esta novela basándose en tres relatos cortos: "Bay
City Blues" (1938), "La dama del lago" (1939) y "No
hubo crimen en las montañas" (1941). De nuevo Marlowe saldrá
en busca de una mujer extraviada: en este caso, la esposa de un millonario
californiano, ejemplar prototípico de aquellos años posteriores
a la Depresión.
Coloqué
una tarjeta de visita -de las que no tenían impresa la pistola
ametralladora en un ángulo- sobre su escritorio, y pedí
una entrevista con el señor Derace Kingsley.
(La secretaria) Miró mi tarjeta y preguntó:
-¿Está usted citado con él?
-No tengo cita.
-Es muy difícil ver al señor Kingsley sin haber concertado
una entrevista.
Eso era algo a lo que nada tenía que objetar.
-¿Cuál es la naturaleza de su asunto, señor Marlowe?
-Es algo personal.
-¡Ya veo! ¿El señor Kingsley le conoce?
-No lo creo. Quizás haya oído mi nombre. Puede decirle
que me envía el teniente M'Gee.
-¿Y conoce el señor Kingsley al teniente M'Gee?
Colocó la tarjeta al lado de un montón de cartas recién
escritas. Se apoyó sobre el respaldo colocando sobre el escritorio
un brazo bien torneado, y comenzó a dar golpecitos con un pequeño
lápiz de oro.
Le guiñé un ojo. La rubia del conmutador sonrió con
una sonrisa hueca. Parecía juguetona y dispuesta, pero no muy segura
de sí misma, como un gatito recién llegado a una casa en
la que sus habitantes no se interesan mucho por los gatos.
Marlowe se
beberá sus buenas dosis de whisky mientras persigue la solución
de este caso. Sólo se sentirá más viejo, más
resignado, más descreído de las personas.
La dama en el lago llegó al cine en 1946, dirigida e interpretada
por George Montgomery. Con una particularidad narrativa: al hablarle a
Marlowe, los personajes se dirigen a la cámara; es decir, toda
la película está contada en cámara subjetiva desde
el detective (en un momento, él es trompeado, y en consecuencia
la cámara rueda por el piso). Un buen ejemplo de "filmación
en primera persona", aunque la versión era algo floja: a pesar
del guión que Chandler le preparó, Montgomery no logró
captar la esencia del personaje, volviéndolo una especie de superhéroe
acartonado. Además, la cámara subjetiva impide la identificación
del espectador con Philip Marlowe: somos sus ojos de prepo.
Se
ha acusado a Chandler de torpe y desmañado. Puras mentiras: su
escritura es sólida, llena de vida y relieve. También se
le reprocha que en El sueño eterno se haya olvidado de un asesino:
cuando se filmó la película -en 1946-, el director Howard
Hawks y los guionistas -William Faulkner (nada menos), Leigh Brackett
y Jules Furthman- no pudieron descifrar parte de la trama; consultado,
Chandler admitió que ni siquiera él mismo era capaz de decirles
quién había matado a uno de los personajes.
Por lo demás, ¿a quién le importa?
"Que se me muestre -dice Chandler- a alguien incapaz de soportar
la novela policíaca: se tratará, sin duda, de un mentecato.
Un mentecato inteligente -es posible-; pero, de todos modos, un mentecato."
Y yo pienso lo mismo.
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