Así las cosa, antes del 90 convivimos inmersos en una
desorganización y desestabilidad económica creciente que, llegando hasta la
hiperinflación monetaria, nos puso orgánica y estructuralmente al borde de un
colapso catastrófico como Estado y Nación. Se originó un empobrecimiento
creciente que afectó con particular virulencia a los estratos medios y bajos de
nuestra organización social. La carencia de medios fiduciarios afectó a la
educación y la seguridad interna, acrecentándose la delincuencia y la corrupción
institucional y privada. Habrá que ser muy necio y desmemoriado absoluto para
desconocer y/o no aceptar estas premisas, cuyas incidencias tuvo como particular
protagonista al pueblo trabajador. Sus reivindicaciones de décadas anteriores,
no fueron respetadas y/o mantenidas en su justa medida por el Gobierno de signo
radical, surgido en 1983.
Después del 90, oportunamente, a ojos vista, advino el Gobierno
justicialista, acompañado mayoritaria e irrestrictamente por un pueblo que,
escaldado, no aceptó más cortapisas. Se impulsó y dio comienzo a un proceso de
recuperación integral de nuestra nacionalidad, implementándose, en primera
etapa, una estabilidad macroeconómica que resultó en corto lapso un récord
mundial, evidenciado por un ascenso envidiable en el ranking internacional del
PBI y una paridad cambiaria inmutable, que además de resultar domésticamente
cómoda, proyectó, permitió y apoyó todo tipo de actividad comercial e
industrial, bases para la libertad económica, la soberanía política y el
resguardo de la forma de vida en democracia.