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     Para muchos, el sentido íntimo de la naturaleza humana es una ilusión del sueño; y la creencia en Dios, y en la inmortalidad construida en este sentido, el objeto despreciado de su arte.

     Dios, que muestra en mi ser con pureza y vigor la verdad, la sabiduría y la felicidad, la creencia y la inmortalidad; Dios, a quien oyen todos sus hijos; Dios, a quien comprende la humanidad toda, dulce, sensible, pura, amante; Dios, si no prestara atención a la doctrina que es y tiene que ser verdad para mí y para mi naturaleza en lo más íntimo de mi ser; si no creyera, ¿qué sería yo?, ¿qué haría yo?

     La creencia en Dios es la separación de la humanidad en hijos de Dios y en hijos del mundo. La creencia en la bondad paternal de Dios es la creencia en la inmortalidad.

     El objeto puro de la creencia es considerar a Dios como padre de la humanidad y al hombre como hijo de la divinidad.

     Esta creencia en Dios es el acuerdo de la humanidad en las relaciones con su ventura.

     El sentido paternal y filial, dicha de tu casa, es el efecto de la creencia.

     El goce de tu derecho, padre de familia, la sumisión encantadora de tu mujer y el agradecimiento interior, nacido del alma de tus hijos, son el resultado de tu creencia en Dios.

     La creencia en mi padre, que es hijo de Dios, es la formación de mi creencia en Dios.

     Mi creencia en Dios es la garantía de mi creencia en mi padre y en todos los deberes de mi casa.

     Así unes en tu educación, Naturaleza sublime, mis deberes y mis placeres, y el hombre camina por tu mano de placeres satisfechos a nuevos deberes.

     Toda la humanidad, el príncipe y el súbdito, el señor y el criado, se capacita mediante el goce de sus primeras relaciones naturales para los deberes particulares de su estado.

     El príncipe, que es hijo de su Dios, es el hijo de su padre.

     El príncipe, que es el hijo de su padre, es el padre de su pueblo.

     El súbdito, que es el hijo de su Dios, es el hijo de su padre.

     El súbdito, que es el hijo de su padre, es el hijo de su príncipe.

     La condición del príncipe es la imagen de la divinidad, el padre de una nación. La condición del súbdito es la de un hijo del príncipe, con quien es hijo de Dios. ¡Cuán dulce y fuerte y delicado es este tejido de las relaciones naturales de la humanidad!

     ¡Oh humanidad en tu altura!

     El sentimiento de tu dignidad es en vano para el pueblo caído.

 
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Las veladas de un ermitaño de J. E. Pestalozzi   Las veladas de un ermitaño
de J. E. Pestalozzi

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