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     ¡Madre, madre! esta pureza te conduce a la fuente de tu verdad, al origen de tu fuerza; te lleva a tu Dios y a tu Creador; te lleva a tu Padre Eterno, al Padre Eterno de tu hijo; te muestra a Dios en el brazo de tu hijo; en los abrazos que le das y en los cuidados que le prestas aprende a conocer a tu Dios del mismo modo que tú le conoces. Hay una tendencia a creer en la naturaleza humana, que encierra en lo más íntimo de ella los verdaderos gérmenes del amor, del agradecimiento y de la confianza, del mismo modo que la flor de la primavera está contenida en su simiente. ¡Madre!, tu hijo cree a gusto en un ser de quien eres amada y que te cuida a ti misma, como tú le cuidas a él; apenas pronuncias el nombre de tu Dios, y ya se sonríe al oírlo; pero no pronuncies nunca, ni se lo hagas pronunciar, sin estar íntimamente relacionado con los sentimientos de amor, de agradecimiento y de confianza; y no olvides nunca que la primera impresión que produzca el nombre de tu Dios depende de la verdad, de la pureza y de la santidad, y de la pureza de los cuidados prestados a tu hijo. Así como estos cuidados son amor, así sentirá amor en la obscuridad de su existencia sensible al pronunciar por primera vez el nombre de tu Dios; y si en estos cuidados falta este puro y elevado sentimiento, tampoco sentirá ni pensará nada en esta obscuridad de su existencia, meramente sensible, al oír el nombre de tu Dios; será para él un sonido vacío. ¡Ah! Si tú no le amas, si no ve, oye, experimenta y siente, en esta obscuridad de su existencia sensible, el encadenamiento de tu amor en tus cuidados, el nombre de tu Dios tiene que serle un sonido vacío. ¡Madre, madre!: si no te ve y te siente afable en estos momentos, menos verá y sentirá lo afable que el Señor es; y, verdaderamente, si ahora no lo siente y no lo ve, más difícilmente lo sentirá y lo verá después.

     Por tanto, madre, la consecución del fin de enseñar a hablar sobre objetos morales está unida a la intuición interior y a los cuidados prestados a tu hijo, del mismo modo que la consecución del fin de enseñar a hablar sobre los objetos sensibles está unida a la intuición exterior y a estos mismos cuidados, íntimamente enlazados con ella.

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de J. E. Pestalozzi

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