Vuelvo, pues, al Real de Picardía. No podía darse
un regimiento más hermoso. Al poco tiempo, había llegado a ser
para mi, como si dijéramos, mi familia. Yo, por mi parte, la he
permanecido fiel hasta el momento en que ha sido licenciado y disuelto.
Allí se era feliz. Yo silbaba todos los aires de la charanga y de los
organillos, pues he tenido siempre la mala costumbre de silbar entra dientes;
pero me lo pasaban. En fin: bien podéis comprender todo lo que os
digo.
Durante ocho años, no hice más que andar de
guarnición en guarnición. No se presentó la menor
ocasión de disparar un solo tiro ante el enemigo. Pero ¡bah! esta
experiencia no carece de encanto cuando se sabe tomarla por el lado bueno. Y,
además, eso de ver tierras, siempre es una gran cosa para un picardo como
yo, que no había salido de su país.
Después de conocer América, era bueno ver en poco
de Francia, entretanto que llegaba el momento de recorrer a grandes pasos las
grandes etapas a través de la Europa. Estabamos en Sarrelouis el
año 85, en Augers el 88, el 91 en Josselin, Pontivy, Ploermel y otras
poblaciones de Bretaña, con el coronel Serre de Gras; el 92 en
Charleville, con el coronel Wardner, el coronel de Lostende, el coronel La
Roque, y el 93 con el coronel Le Comte.
Pero me olvidaba decir que el 1º de Enero de 1791 se
había dado una ley que modificaba la organización del
ejército. El Real de Picardía fue clasificado como el 23º
regimiento de caballería de batalla. Esta organización duró
hasta 1803. Sin embargo, el regimiento no perdió por eso su antiguo
título. Continuó siendo el Real de Picardía, aun algunos
años después, cuando ya no había rey de Francia.