Pero esta manera de proceder no hubiera podido convenirme
jamás, porque, si bien es verdad que yo tenía el gusto de servir,
no quería, sin embargo, venderme. Me parece que he de ser perfectamente
comprendido de todos aquellos que tienen alguna dignidad y algún respeto
de si. Pues bien: en aquel tiempo, cuando un oficial había obtenido un
permiso o una licencia, debía, según lo prescribían los
reglamentos, conducir a su vuelta al regimiento uno o dos reclutas. Los
suboficiales estaban también sujetos a esta obligación. El precio
del enganche variaba entonces de veinte a veinticinco libras.
Yo no ignoraba nada de esto, y tenía formado un
proyecto. Así fue que, cuando la licencia del conde de Linois
llegó a su término, me fui descaradamente a proponerle si me
quería tomar como recluta.
- ¿Tú?.... - me dijo.
- Yo, señor Conde.
- ¿Qué edad tienes?
- Diez y ocho años.
- ¿Y quieres ser soldado?
- Si a V. te agrada .....
- No es a mi a quien ha de agradar, sino él.