A decir verdad, yo no había oído nunca hablar de
la América.
- Un país del diablo (respondió el capitán
de Linois); un país que se bate por conquistar su independencia.
Allí es donde, desde hace dos años, el marqués de Lafayette
está haciendo hablar de él. Además, el año
último, el rey Luis XVI ha prometido el concurso de sus soldados para ir
en ayuda de los americanos. El conde de Rochambeau va a partir para dicho punto,
con el almirante Grasso y seis mil hombres. Yo he formado el proyecto de
embarcarme con él para el Nuevo-Mundo, y sí tú quieres
acompañarme, iremos a libertar la América.
- ¡Vamos a libertar la América!
Y vean Vds. de qué manera tan sencilla, casi sin saber
una palabra, me enganche en el cuerpo expedicionario del conde de Rochambeau y
desembarqué en New-Port en 1780.
Allí permanecí, durante tres años, lejos
de Francia. Vi al general Washington, un gigante de cinco pies y once pulgadas,
con grandes pies, grandes manos, una especie de casaca azul con vueltas de piel
y una escarapela negra. Vi al marino Paul Jones a bordo de su navío El
Buen Ricardo; vi al general Anthony Wayne, a quien llamaban el Rabioso;
y me batí en varios encuentros, no sin haber hecho la serial de la
cruz con mi primer cartucho. Tomó parte en la batalla de Yorktown, en
Virginia, donde, después de una resistencia memorable, lord Cornwallis se
rindió a Washington. Volví, por fin, a Francia en el 83, y pude
volver sin heridas ni rasgueos, pero simple soldado como antes.
¡Qué quieren Vds!.... No sabía leer.