Un primo del marqués de Estrelle, el conde de Linois,
llegó inopinadamente un día a Grattepanche. Era oficial del
ejército, capitán del regimiento de la Fére. Había
obtenido licencia por dos meses, y venía a pasarlos en casa de su
pariente. Se dispusieron grandes batidas de caza contra el jabalí, la
zorra y otras piezas mayores. Hubo extraordinarios festejos, a los que
concurrió mucha gente, muchos caballeros y bellas damas, sin contar la
señora del Marqués, quo era una guapa Marquesa.
Pero yo, entra tanta gente, no veía más que al
capitán Linois. Un oficial muy franco. en sus maneras, y que me hablaba
con mucho agrado. Viéndole, me había entrado la afición de
ser soldado. ¿No es esta la mejor carrera que puede adoptarse cuando es
preciso vivir con sus brazos, y que estos brazos están unidos a un cuerpo
sólido y robusto? Por otra porte, teniendo buena conducta, valor, y
siendo un poco ayudado por la fortuna, no hay razón para quedarse en
medio del camino, aunque se haya emprendido la marcha con el pie izquierdo, al
se camina a buen paso.
Antes del 89, muchos gentes se Imaginaban que un simple
soldado, hijo de un artesano o de un aldeano, no podía jamás
llegar a ser oficial. Esto es un error. Desde luego, con resolución y un
poco de presencia, se llegaba a suboficial, sin gran trabajo. Después,
cuando se había ejercido este cargo durante diez años en tiempo de
paz, o cinco en tiempo de guerra, se hallaba uno en condiciones para alcanzar la
charretera. De subteniente se pasaba a teniente; de teniente a capitán.
Después.... ¡Alto ahí! Estaba prohibido ir más
allá. Por supuesto, que esto era ya muy hermoso.