El conde de Linois había vuelto con nosotros y
quería hacerme enganchar en el regimiento de la Fére, donde
él iba a recobrar su puesto. Pero yo tenla así como una idea de
servir en la caballería. Yo amaba los caballos por instinto, y para
llegar en la infantería a la categoría de plaza montada, me
hubieran sido precisos grado sobre grado.
Bien sé que es tentador el uniforme de
Infantería, que favorece mucho, con la coleta, la peluca empolvada, las
alas de pichón y los correajes blancos cruzados sobre el
pecho1. Pero ¿qué queréis? El caballo es el
caballo; y después de muchas reflexiones, yo me convencí de mi
vocación para ser jinete.
Por consiguiente, di las gracias con todo mi corazón al
conde de Linois, que me recomendó a su amigo el coronel de
Lóstangas, y me alisté en el regimiento Real de
Picardía.
¡Cuánto amo a ese hermoso regimiento!. Ruego que
se me perdone si hablo de él con un enternecimiento que acaso parezca
ridículo. He hecho en él casi toda mi carrera, estimado de mis
jefes, cuya protección no me ha faltado nunca, y que me han empujado como
con ruedas, según se dice en mi aldea.
Por otra parte, algunos años más tarde, en el 92,
el regimiento de la Fére debía tener una conducta tan
extraña en lo tocante a sus relaciones con el general austríaco
Beaulieu, que no tengo motivo alguno para sentir el haber dejado da pertenecer a
él. Pero no hablemos de esto.