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En mitad de la escena, el triángulo de una plaza. En él se yerguen tres árboles artificiales. Primer árbol: en los rectángulos verdes, que son sus hojas... grandes platos, y en los platos mandarinas. Segundo árbol: con platos de papel, y en los platos manzanas. Tercero: verde, con piñas de abeto... que son frascos abiertos de perfumes. A los costados, las paredes de las casas, cubiertas de mosaicos. En los lados del triángulo, largos bancos. Aparece un Reportero, seguido por dos parejas.

Reportero: ¡Camaradas, aquí aquí! ¡A la sombra! Les narraré por su orden todos estos hechos oscuros y asombrosos. En primer lugar... alcáncenme algunas mandarinas. Aquí tenemos un buen resultado de la administración municipal, y hoy los árboles dan mandarinas, a pesar de que ayer todas eran peras... , ni jugosas, ni gustosas, ni nutritivas... (Una muchacha baja del árbol un plato con mandarinas; sentados, las mondan y comen, inclinándose con curiosidad hacía el reportero).

Hombre 1: Vamos, rápido, camarada, cuéntenos todo en detalle y ordenadamente.

Reportero: Pues bien... ¡qué gajitos más jugosos! ¿No gustan servirse? Está bien, está bien, ahora les cuento. ¡Qué te parece, qué impaciencia! En fin, a mí, como presidente del reportaje, nada me es desconocido... Pues bien, ¿lo ven?, ¿lo ven?... (Con rápido paso entra un individuo provisto de una caja de inyecciones y de termómetros). Éste es el veterinario. La epidemia se difunde. Habiendo quedado solo, este mamífero resucitado se puso en contacto con todos los animales domésticos del rascacielos, y ahora todo los perros han enloquecido. Él les enseñó a levantarse sobre las patas traseras. Los perros ni ladran ni juegan; todo lo que saber hacer es... "servir". Los animales importunan a todos los que están a la mesa, los lamen y adulan. Según dicen los médicos, la gente mordida por semejantes animales adquiere todos los síntomas primarios de un servilismo epidémico.

Los sentados: ¡Ohhh!

Reportero: ¡Miren, miren! (Entra un individuo con pasos vacilantes, cargado de cestas con botellas de cerveza).

El que pasa (canturrea):

Antes del siglo veinte,

qué bien vivía la gente...

¡Bebían vodka, bebían cerveza,

con la nariz como cereza!

Reportero: ¡Observen, el individuo está acabado, enfermo! Éste es uno de los ciento setenta y cinco obreros del segundo laboratorio de medicina. Con la intención de aliviar una indisposición pasajera, los médicos recetaron dar de beber al mamífero resucitado una mezcla venenosa en grandes dosis y repugnante en pequeñas, la llamada cerveza. Pronto les dio vueltas la cabeza, a causa de mortíferas emanaciones, y algunos hasta llegaron a probar por error esta mezcla refrescante. Desde entonces ya han cambiado tres equipos de obreros. Quinientos veinte obreros yacen en los hospitales, y la terrible epidemia de peste piramidal hierve, echa espuma y les hace flaquear las piernas.

Los sentados: ¡Ahhhh!

Hombre (soñador e inquieto): Yo me sacrificaría como mártir de la ciencia... ¡que me inoculen a mí también esta misteriosa dolencia!

Reportero: ¡Predispuesto! ¡También él está predispuesto! Silencio... No alarmen a esta joven lunática... (Entra una muchacha; las piernas se le traban en un paso de "fox-trot" y "charleston"; masculla versos, leídos de un libro que sostiene con dos dedos de su mano extendida. Entre dos dedos de la otra mano lleva una rosa imaginaria, que se lleva a la nariz para aspirar su perfume). Desdichada, ésta vive en la habitación contigua a la del enfurecido mamífero, y hete aquí que, de noche, mientras la ciudad duerme, a través del tabique comenzaron a llegarle rasgueos de guitarras, y luego prolongados suspiros y sollozos que partían el alma, en medio de un canturreo, ¿cómo es que lo llamaban entre ellos... ? "Serenatas", ¿qué les parece? La cosa fue en aumento y de mal en peor, y la pobre muchacha empezó a perder la cabeza. Los afligidos padres llamaron a los médicos en consulta. Dijeron los profesores que eran accesos de "enamoramiento" agudo... Así se llamaba una antigua enfermedad, que sobreviene cuando la energía sexual humana, sensatamente distribuida a lo largo de toda la vida, se condensa de pronto en una semana, como proceso inflamatorio galopante, que provoca las acciones más insensatas y disparatadas.

Muchacha sentada (tapándose los ojos con las manos): Será mejor que no mire... Siento cómo se difunden por el aire estos horribles microbios enamorados.

Reportero: Predispuesta, también ésta está predispuesta... la epidemia nos inunda como un océano. (Treinta "girls" entran bailando). ¡Miren este sesentapiés de treinta cabezas! ¡Y pensar... (volviéndose al público) que este alzamiento de piernas era lo que antes se llamaba arte! (Aparece una pareja bailando el fox-trot). La epidemia llegó... llegó... ¿hasta dónde llegó? (Busca en su diccionario). Hasta el a-po-geo, vean... con esto hemos llegado ya al cuadrúpedo bisexual. (Entra a la carrera el Director del Jardín Zoológico, con un cofrecillo de vidrio en las manos. Detrás del Director una muchedumbre, provista de catalejos, máquinas fotográficas y escaleras de incendio).

Director (dirigiéndose a todos): ¿La vieron? ¿La vieron? ¿Dónde está? ¡Ay, ustedes no vieron nada! Una patrulla de cazadores informó que la vieron aquí hará un cuarto de hora: se mudó al cuarto piso. Calculando la velocidad medía en un metro y medio por hora, no pudo ir muy lejos. ¡Camaradas, sin perder tiempo, examinen las paredes! (Los exploradores extienden sus catalejos, se encaraman a los bancos y observan colocando las manos como visera. El Director distribuye los grupos, organiza las búsquedas).

Voces: ¡Como para poder encontrarla!... Habría que colocar, en cada una de las ventanas, un individuo desnudo sobre un colchón... Se sabe que la atrae el ser humano.

¡¡No chillen, que la espantan!!

Si llego a encontrarla, me la guardo para mí...

No te animarás, es posesión de la comunidad...

Voz extasiada: ¡La encontré! ¡Allí está ¡Se arrastra por la pared!... (Los binóculos y catalejos enfocan un solo punto. Un silencio, sólo interrumpido por el chirrido de los aparatos fotográficos y cinematográficos).

Profesor (con un cuchicheo sofocado): Sí... ¡es ella! Tiendan las trampas y monten guardia. ¡Bomberos, aquí! (Rodean el lugar guardianes con redes. Los bomberos extienden su escalera, y muchos trepan en fila india).

Director (deja caer el catalejo, con voz quejumbrosa): Huyó... Pasó a la pared contigua... ¡SOS! ¡Si se cae... se va a matar! ¡Audaces, voluntarios, héroes! ¡Aquí! (Estiran la escalera debajo de la segunda pared, y trepan. Los espectadores quedan pasmados).

Voz extasiada desde lo alto: ¡La atrapé! ¡¡Hurra!!

Director: ¡Pronto! ¡Con más cuidado! No la dejen caer, no vayan a quebrar las patitas del animal. (Por la escalera, pasan de mano en mano a la bestezuela, que termina por ir a parar a las manos del Director. El Director esconde al animal en el cofrecillo y lo alza por encima de su cabeza). ¡Gracias a vosotros, oscuros colaboradores de la ciencia! Éste es un gran don para nuestro zoológico, su verdadera chef-d'oeuvre... Atrapamos un rarísimo ejemplar de un insecto desaparecido, y que fue el más popular a comienzos de este siglo. Nuestra ciudad puede sentirse orgullosa... a ella afluirán ahora estudiosos y turistas. Aquí, en mis manos, tengo la única "chinchis normalis" que hoy esté viva. Apartaos, ciudadanos: ¡el animal se aletarga, el animal cruzó las patitas, el animal quiere descansar! Os invito a todos a la magna inauguración en el Jardín Zoológico. ¡El acto más importante e inquietante, el de la captura, está cumplido!

 

 

 
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