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Casa común de la juventud. Un Inventor resopla y dibuja. Un Mozo recostado con desgano: en el borde de la cama, una Muchacha. Un anteojudo con la cabeza metida en un libro. Cuando se abren las puertas del fondo, se ve un corredor con puertas y lámparas.

Mozo descalzo: (a gritos) ¿Dónde están mis botas? ¿Otra vez me birlaron las botas? ¿Qué pretenden? ¿Que la deje de noche en el depósito para equipajes de mano y de pie de la Estación de Kursk, o qué?

Encargado de la limpieza: Pues fue Prisipkin quien se marchó con esas botas, a la cita con su camella. Mientras se las ponía... echaba pestes. Es la última vez, dijo; esta noche, dice, apareceré con un aspecto renovado, más en consonancia con mi nueva posición social.

Descalzo: ¡Porquería!

Joven obrero (mientras pone sus cosas en orden): Después de él, la misma basura se sintió noble y delicada. ¿Qué era antes? Una botella de cerveza vacía y una cola de gobio, en cambio ahora todos son frasquitos de Tégée y cintajos de colores.

Muchacha: Déjense de patalear; porque el mozo se compró una corbata lo insultan como a Macdonald.

Descalzo: ¡Eso es, un Macdonald! No se trata de la corbata; lo triste es que la corbata no está atada a él, sino él a la corbata. Ya no piensa más... por temor a mover la cabeza.

Encargado de la limpieza: Tapó los agujeros con betún: rápido, rápido, apenas vio un agujero en el calcetín, se apresuró a embadurnarse el pie con un lápiz de tinta.

Descalzo: Ya estaba bastante negro sin lápiz.

Inventor: Puede ser, pero no lo bastante negro en ese lugar. Mejor sería que cambiase de pie los calcetines.

Encargado de la limpieza: Lo encontró de golpe... no por nada es un inventor. Saca patente. No vaya a ser que te soplen la idea. (Pasa un trapo con fuerza por la mesa, voltea una cajita... y se desparraman en abanico unas tarjetas. Se agacha a recogerlas, las lleva a la luz y estalla en carcajadas: apenas puede llamar a los demás haciendo un signo con la mano).

Todos (leen y repiten): ¡Pierre Scripkin, Pierre Scripkin!

Inventor: Es un hombre que él mismo se inventó.

Prisipkin. Vaya, ¿qué es esto de Prisipkin? ¿Para qué Prisipkin? ¿Adónde va Prisipkin? ¿A quién le importa Prisipkin? En cambio, Pierre Scripkin... ¡Esto ya no es un apellido, es toda una novela!

Muchacha (soñadora): Tiene razón: Pierre Scripkin... algo muy notable y elegante. Búrlense ustedes si quieren, pero él provocará, tal vez, en esa casa una revolución cultural.

Descalzo: Por lo menos ya superó a Pushkin por toda la trompa. Le cuelgan unas patillas como a un perro la cola, y ni siquiera las lava... por temor de despeinarlas.

Muchacha: También en Harry Piel se encuentra esta misma cultura, difundida en una y otra mejilla.

Inventor: Ese es su maestro en cuestiones capilares.

Mozo: Lo único que no es descabellado en semejante maestro: nada de cabeza, pero rizos, todo lo que se quiera. ¿Será la humedad lo que los encrespa de ese modo?

Muchacho del libro: Noooo... Él es... escritor. Qué escribió, no sé; ¡pero sé que es famoso! En el "Diario de la tardecita" se ocuparon tres veces de él: publicó como suyos, según dijeron, unos versos de Apujtin, y él entonces, ofendido, publicó una refutación. Imbéciles, dijo, todo eso es mentira... Esto lo plagié de Nadson. Cuál de ellos tiene razón, no lo sé. Pero, en cuanto a imprimir, ya no lo imprimen, aunque él es hoy igualmente famoso... y enseña a la juventud. A uno a hacer versos, al otro a cantar, a otro a bailar, y a alguno para... sacarle el dinero.

Mozo con escoba: Pues no es propio de un obrero embetunarse los callos. (Un cerrajero, cubierto de grasa, entra en mitad de la frase, se lava las manos y se vuelve hacia los que hablan).

Cerrajero: Con los obreros no hay en él punto de contacto: hoy pidió que le arreglaran la cuenta, se casa con una muchacha hija de peluqueros... Ella es la cajera, y también la manicura. Desde hoy le cortará las pezuñas Mademoiselle Elzevira Renaissance.

Inventor: EIzeviro... es un tipo de imprenta.

Cerrajero: En cuanto a los tipos, no sé, pero que tiene "cuerpo"... de eso estoy seguro. Hasta le mostró la fotografía al contador, para que apresurara las cuentas.

Qué maravilla, qué bella roba...

Pues cada pecho pesa una arroba.

Descalzo: ¡Supo arreglárselas!

Muchacha: ¡Ajá! ¿Ya empiezan a tenerle envidia?

Descalzo: Yo también, en cuanto llegue a técnico y me ponga botas todos los días, sabré olfatear un departamentito mejor.

Cerrajero: Pues fíjate en lo que te aconsejo: cómprate unas cortinitas. Abres las cortinas... miras hacia la calle. Cierras las cortinas... ya está la ganancia en casa, únicamente trabajar solo es aburrido, pero, para comerse una gallina, cuanto más solo, mejor. ¿No te parece correcto? Desde las trincheras, los tales corrieron para sacar provecho, lástima que nosotros disparáramos sobre ellos. Y ahora... ¡vuela!

Descalzo: Me iré o no me iré. Pero tú, ¿por qué te das estos aires de Karl Liebknecht? Apenas te llaman desde una ventana con florecillas, cuando echas a correr... ¡El héroe!

Cerrajero: No huiré a ninguna parte. ¿Te crees que me gustan estos harapos y este mal olor? No. Como ves, somos muchos, No encontrarás para todos nosotros muchachas de la nueva política económica. Construyamos casas y mudémonos a la vez... Todos de una vez. Pero no saldremos de este agujero de trinchera con bandera blanca.

Descalzo: Ya hubo muchas... trincheras. Ya no estamos en el año diecinueve. La gente tiene ganas de vivir para sí misma.

Cerrajero: Pero, cómo... ¿nada de trincheras?

Descalzo: ¡Mientes!

Cerrajero: Con todos los piojos que quieras.

Descalzo: ¡Mientes!

Cerrajero: Sólo que ahora tiran con pólvora silenciosa.

Descalza: ¡Mientes!

Cerrajero: Ya ves cómo dispararon ahora sobre Prisipkin con tina mirada de dos caños. (Entra Prisipkin con zapatos relucientes, en la mano extendida lleva, colgantes de un cordoncito, los zapatones desgastados. Los arroja al descalzo. Baián, con paquetes. Se interpone entre Scripkin y el Cerrajero, que finge unos pasos de baile).

Baián: Camarada Scripkin, no preste atención a estas danzas groseras; sólo servirían para echar a perder la sutileza de su buen gusto naciente. (Los jóvenes del albergue dan vuelta la cara).

Cerrajero: Deja de hacerle zalemas. Terminarás por fracturarte la nuez.

Baián: Qué bien lo comprendo, camarada Scripkin: es difícil, imposible, para su alma delicada el vivir en tan grosera sociedad. Por una hora todavía mantenga intacta su paciencia. El paso de mayor responsabilidad en la vida... es el primer fox-trot después de la ceremonia nupcial. Tiene que dejar una impresión para toda la vida. Y bien, saque a bailar a una dama imaginaria. ¿Por qué taconea como en el desfile del primero de mayo?

Prisipkin: Camarada Baián, antes me sacaré los zapatos: en primer lugar, me aprietan; en segundo, no quiero desgastarlos.

Baián: ¡Bien, bien! Así, así, un paso leve, como si fuera en una noche de luna, llena de ensueños y de melancolía, al volver de la cervecería. ¡Así, así! Y no agite así el busto de abajo, no empuja una vagoneta, sino que lleva a una mademoiselle. ¡Así, así! ¿Dónde está esa mano? ¡Abajo esa mano!

Prisipkin: (se desliza sobre un hombro imaginario): No quiere sostenerse en el aire.

Baián: Pues usted, camarada Prisipkin, con fácil exploración le pone al descubierto un sostén y, como si fuera para descansar, se apoya en él con el pulgarcito: agradable sentimiento de comunidad para la dama, y alivio para usted..., que puede así pensar en la otra mano. ¿Por qué se sacude así con los hombros? Esto ya no es un fox-trot, veo que quiso hacer una demostración de un paso de shimmy.

Prisipkin: No. Ocurrió que... me dieron, de paso, ganas de rascarme.

Baián: ¡También eso es posible, camarada Prisipkin! Si le ocurre en medio de su inspiración bailable un caso semejante, ponga los ojos en blanco como si estuviera celoso de la dama, retírese a la española contra la pared y frótese rápido contra alguna estatua (en la sociedad elegante, en la que usted va a frecuentar, siempre ponen tales vasos y esculturas en abundancia). Después de frotarse y sacudirse, dígale con ojos centelleantes: "Bien lo comprendo, pérfida, usted juega conmigo... pero... ", y láncese de nuevo a la danza, como si se serenara y aplacara poco a poco.

Prisipkin: ¿Más o menos así?

Baián: ¡Bravo! ¡Magnífico! ¡Tiene talento, camarada Prisipkin! En las condiciones de un ambiente burgués y de un naciente socialismo dentro de las fronteras de un solo país... usted no puede desarrollarse. ¿Acaso nuestra callejuela de las Cabras es bastante campo de acción para usted? Lo que usted necesita es la revolución universal, le es imprescindible salir a Europa; después de superar a los Chamberlain y Poincarés, podrá asombrar al Moulin Rouge y a los Panteones con la belleza de sus movimientos. ¡Guárdelo en la memoria y pasmará a todos! ¡Estupendo! Y ahora me voy. A estos testigos no hay que quitarles el ojo de encima: antes de la boda, un vaso como seña y ni un trago de más: cuando cumplan con su deber, entonces que beban de la botella. Au revoir. (Sale, y se vuelve para gritar desde la puerta). No se ponga dos corbatas a la vez sobre todo si son de distinto color, y téngalo presente: ¡no se puede llevar fuera del pantalón la camisa almidonada! (Prisipkin se mide las cosas recién compradas).

Muchacho: ¡Vanka! ¡Déjate de esas pamplinas! ¿Por qué te dio por vestirte de espantapájaros?

Prisipkin: ¡Maldito lo que le importa, apreciado camarada! ¿Para qué he luchado? Luché por una vida mejor. Y he aquí que de pronto la tengo entre las manos: una mujer, una casa y un verdadero refinamiento en los modales. En cuanto a mi deber, siempre sabré cumplir con él en caso de necesidad. Aquel que conquistó tiene derecho a descansar junto a un quieto arroyuelo. ¡Ea! Aún puede ser que yo eleve a toda mi clase con mi sentido del confort ¡Ea!

Cerrajero: ¡Guerrero! ¡Subórov! ¡Bien dicho!

Subí y bajé

siempre en lo mismo,

hice un puente al socialismo:

sin terminar,

fatigado

me eché a dormir a un costado.

La hierba creció en el puente,

por él pasan ovejitas.

Y deseamos,

simplemente,

descansar en la orillita...

Es así, ¿no es cierto?

Prisipkin: ¡También tú tenías que meterte! Déjame en paz con tus versitos de propaganda... ¡Ahora verás! (Se sienta al borde de la cama y canturrea, acompañándose con la guitarra).

En la calle Lunacharski,

recuerdo la vieja casa...

con sus amplias escaleras

y su elegante ventana.

Un disparo. Se lanzan hacia la puerta.

Muchacho (desde la puerta): ¡Zoia Berióskina se pegó un tiro! (Todos corren a la puerta).

Otro mozo: ¡Ah, cómo la van a cubrir de insultos en la célula!

Más rápido...

Más rápido...

Voces:

Primeros auxilios...

Primeros auxilios...

Un voz: ¡Pronto! ¡Más pronto! ¿Cómo? ¡Fue de un tiro! Tiene el pecho perforado de parte a parte. Pasaje de las abras, dieciséis. (Prisipkin, al quedar solo, recoge apresuradamente sus cosas).

Cerrajero: ¡Por tu culpa, basura peluda, se mató esa buena señora! ¡Fuera! (Aferra a Prisipkin por la chaqueta y lo arrastra hasta la puerta. Detrás de él arroja sus cosas). Encargado de la limpieza (viene corriendo con el médico, sostiene y levanta de Prisipkin, y le alcanza el sombrero, que se le había volado): ¡Con cuánto ruido, muchacho, te alejas de tu clase!

Prisipkin (volviéndose hacía el fondo, aúlla): ¡Cochero, calle de Lunacharski, diecisiete! ¡Con equipaje!

 
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La chinche de Vladimir Maiacovski   La chinche
de Vladimir Maiacovski

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