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Al centro, la enorme puerta giratoria de una gran tienda; a los costados, escaparates que ostentan su mercadería tras los cristales. Los que entran con las manos vacías vuelven a salir cargados de paquetes. Por toda la escena pululan los mercachifles.

Vendedor de Botones: ¡Por un botón no vale la pena casarse, por un botón no vale la pena divorciarse! Basta con apretarlos entre el pulgar y el índice, y los pantalones de los ciudadanos no volverán a caerse.

Holandeses

y mecánicos,

se cosen por sí solos,

seis valen veinte copeks...

¡Tengan a bien, mosiús!

Vendedor de Muñecas:

Muñecas del ballet

que bailan en un pie.

Son el mejor juguete

para este vecindario,

¡y bailan con permiso

del propio Comisario!

Vendedora de Manzanas:

¡Ananás!

No hay...

¡Bananas!

Tampoco...

Manzanas carasucia, cuatro a quince copeks.

¿Sus órdenes, ciudadana?

Vendedor de piedras de afilar:

Alemana

y eterna,

la piedra de afilar.

Treinta copeks

les cuesta

y la pueden llevar

Afila

en toda

dirección

y gusto:

¡navajas,

cuchillos

lenguas para un discurso!

¡Pedidlas, ciudadanos!

Vendedor de Pantallas:

Pantallas

de todo

tamaño y parecer.

celestes para el confort,

rojas para el placer.

¡Vivid mejor, camaradas!

Vendedor de Globos:

Globos como salchichas

que vuelan muchas millas

Con uno

el General Nobile

solo,

habría llegado más allá del polo.

Comprad, ciudadanos...

Vendedor de Arenques:

¡Aquí, los mejores,

republicanos,

arenques

insustituibles

con vodka y panqueques!

Mercera:

Sostenes forrados de piel

¡sostenes forrados de piel!

Vendedor de Engrudo:

Aquí,

en el extranjero,

en todas parte tiran

los buenos ciudadanos su rota vajilla.

Notable

es Excelsior

el gran pégalotodo:

compone

una Venus

y también la bacinilla.

¿Le conviene, señora?

Vendedora de Perfumes:

¡Perfumes de Coty

y en frasco chico!

¡Perfumes de Coty

vean qué rico!

Vendedor de Libros: Qué hace la mujer cuando el marido no está en casa, 105 anécdotas divertidas del ex conde León Nicolaevich Tolstoi, en lugar de rubio y veinte... hoy vale quince copeks.

Mercera:

¡Sostenes forrados de piel,

sostenes forrados de piel!

Entran Prisipkin, Rosalía Pávlovna, Baián.

Prisipkin (en éxtasis): ¡Qué cofias aristocráticas!

Resalía Pávlovna: De qué cofias habla, lo que son...

Prisipkin: ¿No tengo yo ojos, acaso? Pero, supongamos que nos nazcan mellizas... Pues, ésta para Dorothy y ésta para Lilian... porque ya he resuelto darles estos nombres aristocrático -cinematográficos... y con ellas se pasearán juntas. ¡Vaya! En mi casa tiene que haber de todo en abundancia. ¡Cómprelas, Rosalía Pávlovna!

Baián (disimulando la risa): ¡Cómprelas, cómprelas, Rosalía Pávlovna! ¿Acaso llevan la vulgaridad en la cabeza? Ellos son la clase joven, y todo lo entienden a su manera. Les traen a casa su antigua e impecable procedencia proletaria, junto con su tarjeta sindical, ¡y ustedes se lamentan por unos rubios más o menos! En la casa de estos jóvenes tiene que haber de todo en abundancia. (Dando un suspiro, Rosalía Pávlovna hace la compra). Las llevaré yo, son livianitas, no se tomen la molestia... por el mismo dinero.

Vendedor de Juguetes:

Muñecas del ballet

que bailan en un pie...

Prisipkin: ¡Mis futuros hijos deberán educarse en una atmósfera elegante! ¡Ea! Cómprelos, Rosalía Pávlovna.

Rosalía Pávlovna: Camarada Prisipkin...

Prisipkin: No me llame camarada, ciudadana, usted no se emparentó todavía con el proletariado.

Rosalía Pávlovna: Futuro camarada, ciudadano Prisipkin, por este mismo dinero quince individuos podrían afeitarse las barbas, sin hablar de otras minucias... bigotes y demás. Mejor vendría para la boda una docena de botellas de cerveza. ¿Eh?

Prisipkin (con severidad): ¡Rosalía Pávlovna! En mi casa...

Baián: En su casa tiene que haber de todo a manos llenas. En ella las danzas y la cerveza tienen que brotar de una fuente, como del cuerno de la abundancia. (Rosalía Pávlovna hace la compra. Baián se apodera de los paquetes). Haga el bien de no molestarse, por el mismo dinero.

Vendedor de Botones:

¡Por un botón no vale la pena casarse!

¡Por un botón no vale la pena divorciarse!

Prisipkin: En nuestra roja familia no tiene que haber ningún hábito burgués ni percances de pantalones. ¡Eh! ¡Cómprelos, Rosalía Pávlovna!

Baián: Mientras no cuente con la tarjeta sindical, no vaya a irritarlo, Rosalía Pávlovna. Él es... la clase vencedora, y barre con todo lo que encuentra a su paso, como un torrente de lava; hasta en los pantalones del camarada Prisipkin tiene que haber de todo en abundancia. (Rosalía Pávlovna compra con un suspiro). Permítame, yo los llevaré, por el mismo...

Vendedor de Arenques:

¡Los mejores arenques republicanos!

¡Con cualquier vodka,

nadie les gana!

Rosalía Pávlovna (apartando a todos, en voz alta e iluminándose): ¡Arenques... esto... sí! Ésta es una cosa que tendrán para la boda. ¡Eso sí que compraré! ¡Vayan adelante, mosiús! ¿Cuánto vale esa anchoa?

Vendedor: Carne de salmón, dirá. Dos sesenta el kilo.

Rosalía Pávlovna: ¿Dos sesenta por esta anchoa que se ha ido en vicio?

Vendedor: ¿Cómo, señora? ¡Nada más que dos sesenta por este candidato a esturión!

Rosalía Pávlovna: ¿Dos sesenta por esa ballena de corsé en escabeche? ¿Escuchó esto, camarada Spripkin? ¡Razón tenían ustedes cuando mataron al zar y sacaron a escape al señor Rabuchinski! ¡Ay, estos bandidos! ¡Reivindicaré mis derechos ciudadanos y mis arenques en la cooperativa soviética del Estado!

Baián: Esperemos aquí, camarada Scripkin. ¿Para qué se va a mezclar con esa pequeña burguesía, todo para comprar unos arenques por vía de regateos? Por sus quince rubios y una botella yo les organizaré una pequeña boda al pelo.

Prisipkin: Camarada Baián, me disgustan estos hábitos burgueses... con canarios y demás... Yo soy hombre de problemas fundamentales... A mí... lo que me interesa es un ropero con espejo... (Mientras conversan, Zoia Berióskina casi tropieza con ellos; se aparta sorprendida y los escucha).

Baián: Cuando su cortejo nupcial...

Prisipkin: ¿Qué charlas son éstas? ¿Qué cortejo... ?

Baián: Cortejo, digo. Camarada Scripkin, así se llama en las elegantes lenguas extranjeras toda procesión, y especialmente la de una boda.

Prisipkin: ¡Ah! ¡Ya, ya ya!

Baián: Pues bien, decía que cuando el cortejo se aproxime, les cantaré un epitalamio de Himeneo.

Prisipkin: ¿De qué está hablando? ¿Cuáles son esos Himalayas?

Baián: Nada de Himalaya. Hablo de un epitalamio del dios Himeneo. Éste era el dios del amor entre los griegos, pero no entre estos amarillos y salvajes oportunistas de hoy, entre estos Venizelos, sino entre los antiguos, los republicanos.

Prisipkin: Camarada Baián, ¡exijo por mi dinero que se me dé una boda roja, nada de dioses! ¿Comprendió?

Baián: Qué cree, camarada Scripkin, no solamente comprendí. ¡Por fuerza, siguiendo a Plejanov, de la fantasía permitida a los marxistas, veo como a través de un prisma su clasista, exaltada, elegante y embriagadora solemnidad!... La novia abandona su carruaje -novia roja... toda roja, claro, con el sofocón que se dió-; la lleva de la mano su rojo padrino, el contador Erícalov, precisamente un hombre obeso, rojo, apoplético... y a usted también lo acompañan testigos de rojo, y toda la mesa se adorna con rojo jamón y con botellas de cabecitas rojas.

Prisipkin (halagado e interesado): ¡Vaya! ¡Vaya!

Baián: Rojos invitados clamorean "¡Amargo, amargo!", y he aquí que la roja novia (ya esposa) le tiende, rojos, rojos, sus labios...

Zoia Berióskina (desconcertada, tira a los dos de la manga. Ambos te retiran la mano y con un papirotazo se limpian el polvo): ¡Vania! ¿De qué habla éste? ¿Qué parlotea este calamar con corbata? ¿De qué boda? ¿Quién es el que se casa?

Baián: Del rojo contrato matrimonial y de trabajo de Elzevira Davídovna Renaissance y de...

Prisipkin:

Yo, Zoia Vania, amor siento por otra,

más esbelta y de más gentil peinado,

y de su pecho moldea las formas

tenso corpiño más refinado.

Zoia: ¡Vania! ¿Y yo? ¿Qué significa esto: en cada puerto un amor?

Prisipkin (extiende una mano para apartarla):

Nos separamos, como en el mar

las naves...

Rosalía Pávlovna (sale impetuosamente de la gran tienda, llevando los arenques sobre la cabeza): ¡Ballenas! ¡Delfines! (Al pescadero). Y bien, ¡muestra ahora! ¡Compara ahora tus caracoles! (Compara; los arenques del mercader son más grandes; junta las manos con asombro). ¡Toda la cola más larga! ¿Para qué luchamos, eh, ciudadano Scripkin? ¿Para esto matamos al soberano emperador e hicimos escapar al señor Rabuchinski, eh? A la tumba me llevará este poder soviético de ustedes... ¡La cola, toda una cola más largos!

Baián: Respetable Rosalía Pávlovna, compárelos por la otra punta... entonces sólo son mayores por una cabeza, y para qué le sirve la cabeza... , es incomestible, no hay más que cortarla y tirarla.

Rosalía Pávlovna: ¿Oyeron lo que dijo? ¡Cortarle la cabeza! Que le corten a usted la cabeza, ciudadano Baián, a nadie rebaja y nada cuesta, pero cortársela al pescado cuesta diez copeks por cada kilo. ¡Vamos! ¡A casa! A mí me hace mucha falta en casa la tarjeta sindical, pero una hija en una empresa que da ganancias... tampoco es cosa de todos los días.

Zoia: Queríamos vivir, queríamos trabajar... Es decir, todo...

Prisipkin: ¡Ciudadana! Nuestro amor está liquidado. No se oponga al libre sentimiento ciudadano, o llamo a la policía. (Zoia, rompiendo a llorar, lo retiene por una manga. Prisipkin se libera de un tirón. Rosalía Pávlovna se interpone entre él y Zoia, y deja caer sus paquetes).

Rosalía Pávlovna: ¿Qué busca esta andrajosa? ¿Por qué se agarra así de mi yerno?

Zoia: ¡Él es mío!

Rosalía Pávlovna: ¡Ah! ¡Tal vez ésta espera un chico! Le pasaré una pensión, pero antes le romperé los morros.

Agente de Policía: ¡Ciudadanos, pongan fin a esta escena indecente!

 
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