En el Jardín Zoológico. En el centro, sobre un pedestal, adornada con cintas y banderas, una jaula. Detrás de la jaula, dos árboles, entre los cuales se llegan a ver las jaulas de los elefantes y las jirafas. A la izquierda de la jaula, una tribuna; a la derecha, un estrado para los invitados de honor. En círculo, la banda de música. Los espectadores se pasean en grupos. Los organizadores, con cordones, separan a los paseantes, según su profesión y estatura.
Organizador: ¡Camaradas corresponsales extranjeros, aquí! ¡Más cerca de la tribuna! ¡Apártense y dejen lugar a los brasileños! En este mismo momento aterriza su aeronave en el aeródromo central. (Da unos pasos, admirando el espectáculo). Camaradas negros, formad alternativamente con los ingleses, en hermosos grupos de color: la palidez anglosajona dará todavía mayor realce a vuestra tez olivácea... Alumnos de las escuelas superiores, a la izquierda: se os han asignado tres ancianas y tres viejecitos del sindicato de centenarios. Ellos completarán las explicaciones de los profesores con sus relatos de testigos oculares. (En ómnibus, entran ancianas y viejecitos).
Viejecito 1º: Como si fuera hoy, recuerdo...
Anciana 1º: No... ¡Yo recuerdo como si fuera hoy!
Anciana 2º: Ustedes recordarán como si fuera hoy, pero yo recuerdo como si fuera antes.
Viejecito 2º: Pero yo recuerdo hoy como si fuera antes.
Anciana 3º: Pues yo recuerdo como antes todavía, como mucho, mucho antes.
Viejecito 3º: Pero yo recuerdo, y como es ahora, y como era antes.
Organizador: ¡Silencio, testigos oculares, déjense de cecear!... ¡Apártense, camaradas! ¡Paso a la niñez! ¡Aquí, camaradas! ¡Rápido! ¡Más rápido!
Coro de niños (se adelantan en columna, mientras cantan):
¡Formidable,
aprendemos
hasta la última jota!
Mas también
sabemos
pasear,
y se nota.
Las equis,
las y griegas,
nos ocupaban
antes.
¡Venimos
a ver las fieras,
y también
elefantes!
Aquí,
a mirar los tigres,
y el pueblo
aquí reunido,
en plena
zoología,
¡Venimos!
¡Venimos!
¡Venimos!
Organizador: los ciudadanos que deseen dar un gusto a los animales expuestos, o bien servirse de ellos con fines de estudio, tengan a bien adquirir las dosis adecuadas de productos exóticos y el instrumento científico únicamente a los empleados oficiales del Zoológico. El diletantismo y la hipérbole, según la dosis, pueden ser mortales. Rogamos se sirvan únicamente de estos productos e instrumentos distribuidos por el instituto médico central y los laboratorios municipales de mecánica exacta. (Por el jardín y por la escena desfilan los empleados del Jardín Zoológico).
Empleado 1º:
Estudiar a ojo
las bacterias,
¡qué impertinencia!
¡Camaradas,
tomad
microscopios y lentes!
Empleado 2º:
Tener
nos aconseja
el doctor Tobolquín,
contra escupitajos,
licor fenólico.
Empleado 3º:
¡Dar pasto a las fieras
se graba en la retina!
¡Traed buenas dosis
de alcohol y nicotina!
Empleado 4º:
Con alcohol, estas bestias
no temen al idiotismo.
inflamación de hígado,
tampoco un reumatismo.
Empleado 5º:
Punta de fuego,
en buenas dosis,
garantiza
ciento
por ciento
de esclerosis.
Empleado 6º:
Alzad
las orejas
con gran atención:
los audífonos
atajan
toda mala expresión.
Organizador (despeje el acceso a la tribuna del Consejo municipal): El camarada presidente y sus colaboradores inmediatos suspendieron sus importantísimas tareas y, al son de la antigua marcha del Estado, llegan a nuestra solemnidad. ¡Saludemos a tan caros camaradas! (Todos aplauden; desfila un grupo con carteras bajo el brazo, que se inclinan solemnemente y cantan).
Todos:
El tiempo burocrático
no nos hizo selváticos.
Para el trabajo... hay horas:
para reír...
¡una sola!
¡Salud, es la ciudad,
oh, bravos cazadores.
quien os habla... pues somos
sus padres
fundadores!
Presidente: (sube a la tribuna, agita una bandera: todos hacen silencio): Camaradas: declaro abierta la ceremonia. Vivimos años preñados de hondas agitaciones y experiencias de carácter interior. Los acontecimientos exteriores son escasos. La humanidad, extenuada por los acontecimientos, hasta diríamos que se solaza con esta paz relativa. Ello no obstante, jamás renunciamos a un espectáculo que, en sus contornos mágicos, esconde bajo su irisado plumaje un profundo sentido científico. Casos dolorosos se han dado en nuestra ciudad, que surgieron como resultado de que, imprudentemente, se permitiera en ella la permanencia de dos parásitos, casos éstos que se eliminaron gracias a todas mis fuerzas y a las fuerzas de la medicina mundial. Tales casos, empero, surgidos al calor de un débil recuerdo de lo pasado, subrayan el espanto de una época superada; ¡que ellos nos recuerden la poderosa y esforzada lucha cultural de la humanidad trabajadora! ¡Que las almas y los corazones de nuestra juventud se forjen en el horror a tan siniestros ejemplos! En el momento de otorgarle el uso de la palabra, me es imposible no señalar con agradecimiento la gloriosa acción de nuestro director, que supo adivinar el sentido de estos misteriosos fenómenos y transformar cosas tan perniciosas en divertido y alegre pasatiempo. ¡Hurra! (Todos gritan: -¡Hurra!.-, la banda de música toca una fanfarria, mientras el Director del Zoológico se encarama a la tribuna, saludando hacia todos lados).
Director: ¡Camaradas! Vuestra atención me alegra y me confunde al mismo tiempo. Sin olvidar la parte que me tocó en suerte, no puedo, sin embargo, dejar de expresar mi gratitud a los abnegados colaboradores del sindicato de cazadores, que fueron los verdaderos héroes de la cacería; agradezco, también, al respetable Profesor del Instituto de Resurrecciones, vencedores en su lucha contra una muerte congelante. A pesar de todo, no puedo dejar de señalar que el primer error del respetable Profesor fue causa indirecta de las desgracias que todos conocemos. Juzgando por los signos externos y miméticos -callos, indumentaria y demás-, el respetable Profesor dedujo la errónea conclusión de que el mamífero pertenecía a la especie "homo sapiens", y dentro de su categoría más elevada... la clase obrera. No atribuyo mi éxito, exclusivamente, a que he estudiado durante largo tiempo a los animales y me he familiarizado con su psicología. También la casualidad vino en mi ayuda. Una esperanza, nebulosa y subconsciente, me dio ánimos: "Anda, escribe, divulga tu anuncio". Y así lo hice: "Partiendo de los principios del Zoológico, busco cuerpo humano vivo para servir de constante alimento, de habitación y ambiente a un insecto recién adquirido, que se desea desarrollar dentro de sus costumbres y condiciones normales".
Una voz entre la multitud: ¡Ay, qué espantoso!
Director: Comprendo que sea espantoso; yo mismo no creía en el fondo en semejante absurdo, pero, de pronto... ¡el sujeto apareció! Su apariencia exterior casi humana... En fin, casi como ustedes y como yo...
Presidente del Consejo (haciendo sonar una campanilla): ¡Camarada Director, tengo que llamarlo al orden!
Director: ¡Perdóneme, se lo ruego! la verdad es que, apoyándome en el interrogatorio y en la zoología comparada, he llegado, por fin, a la convicción de que tenemos que vérnoslas con un peligroso impostor antropomorfo, y que es el más sorprendente de los parásitos: No voy a entrar en detalles, puesto que ahora tendréis ante vuestros ojos la revelación, dentro de esta jaula, en todo sentido sorprendente. Ambos a dos... de disímiles medidas, pero aunados en su esencia: con la célebre "chinchis normalis" y... el "burguensis vulgaris". Ambos pasan su tiempo en fétidos colchones. La "chinchis normalis", después de engordar y emborracharse con la sangre de un solo individuo, cae debajo de la cama. El "burguensis vulgaris", después de engordar y emborracharse con la sangre de toda la humanidad, cae sobre la cama. ¡He aquí la única diferencia! Cuando la humanidad trabajadora de la revolución se agitaba y sacudía, rascándose sus inmundicias, ellos se construyeron sus nidos y casitas en esa misma inmundicia, pegaban a sus mujeres y juraban por Babel, para descansar y reposar después plácidamente a la sombra de unos breeches. Pero el "burguensis vulgaris" es el más temible. Con su portentoso mimetismo atrae a sus víctimas, ora fingiéndose poetastro a lo grillo, ora pajarito entonador de romanzas y serenatas. En aquellos tiempos, hasta su indumentaria era mimética -de un aire pajaril- con su esclavina, la cola de su frac y su blanquísima pechera almidonada. Semejantes aves construían sus nidos en los palcos de los teatros, se apiñaban en las encinas de las óperas, al son de la Internacional, frotaban rodilla contra rodilla en los ballets, se colgaban de ramitas de sus versos, peinaban a Tolstoi a semejanza de Marx, voceaban y chillaban en cantidades escandalosas y... perdonadme la expresión, pero a nosotros, los del campo científico, nos importan un rábano las cantidades que escapan a toda observación, como las pequeñas suciedades de los pájaros. ¡Camaradas! Por lo demás... ¡convenceos vosotros mismos! (A una señal suya, los empleados descubren la jaula; en el pedestal el cofrecillo de la chinche, y, detrás, una elevación con una amplia cama de matrimonio. En la cama yace Prisipkin con su guitarra. Del techo de la jaula pende una lámpara de pantalla marilla. Encima de la cabeza de Prisipkin una coronita resplandeciente... un abanico de tarjetas postales. Por el suelo, en pie o volcadas, cantidad de grandes botellas. La jaula está rodeada de salivaderas. De sus paredes cuelgan carteles, y a los costados se ven filtros y ozonadores. Cartel I: "¡Cuidado, escupe!" Cartel II, "Se ruega no entrar sin previo aviso". Cartel III, "¡Cuidado con los oídos, el animal insulta". La música deja de tocar; luces de bengala, la muchedumbre estrecha filas y se acerca, muda de admiración).
En la calle Lunarcharski,
recuerdo la vieja casa...
¡con sus amplias escaleras,
su encortinada ventana!...
Director: Acercaos, camaradas, sin temor... es completamente manso. ¡Acercaos, acercaos! No os inquietéis: los cuatro filtros de los costados retienen sus groserías en el interior de la jaula; no salen al exterior más que unas pocas palabras enteramente decorosas. La limpieza cotidiana de los filtros está a cargo de empleados especializados, provistos de caretas antigás. Observadlo, ahora se dispone a cumplir la operación llamada "fumar".
Voz entre la muchedumbre: ¡Ay, qué espanto!
Director: No hay nada que temer... ahora cumplirá lo que se llama "inspirarse". Scripkin... ¡empine el codo! (Scripkin se lanza hacia una botella de vodka).
Voz entre la muchedumbre: ¡Ay, no es necesario, no es necesario, no martirice al pobre animal!
Director: Camaradas, no se trata de nada tan espantoso: ¡ya está domesticado! Mirad, ahora lo llevaré hasta la tribuna. (El Director se dirige a la jaula y, colocándose guantes y asegurándose de que lleva sus pistolas, abre la puerta, saca a Scripkin y lo conduce a la tribuna, volviéndose fuego hacia los invitados de honor). Y bien, díganos ahora algo conciso, como imitación de la expresión y el lenguaje del hombre.
Scripkin (se detiene obediente, carraspea, alza la guitarra y, súbitamente, se vuelve y lanza una mirada hacia el público de la sala. Su cara se transforma, con una expresión de arrobamiento. Scripkin aparta al Director de un empellón, deja caer la guitarra y clama en dirección a la sala). ¡Ciudadanos! ¡Hermanos! ¡Los míos! ¡Consanguíneos! ¿De dónde han venido? ¿Cuántos son? ¿Cuándo los descongelaron a todos? ¿Por qué estoy yo solo en la jaula? ¡Hermanitos queridos, vengan a mí! ¿Para qué estoy padeciendo todo esto? ¡Ciudadanos!...
Voces de invitados:
- Los niños, llévense a los niños...
- Una mordaza... pónganle una mordaza...
- ¡Ay, qué espantoso!
- Profesor, ¡ponga término a esto!
- ¡Eh, no vaya a hacer fuego!
El Director, con un ventilador y seguido por dos empleados, saca a Scripkin a la rastra. El Director despeja el aire de la tribuna. Mientras la banda hace oír una fanfarria, los empleados corren las cortinas de la jaula.
Director: Perdón, camaradas... Perdón... El insecto está fatigado. El estrépito y la iluminación lo llevaron a un estado alucinatorio. Tranquilizaos. Aquí no ha pasado nada. Mañana volverá a estar tranquilo... En silencio, ciudadanos, dispersaos hasta mañana, ¡Música, march!
1928-1929