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Gran salón de la peluquería. Espejos a los costados. Delante de los espejos, profusión de flores de papel. Mesillas de barbero cargadas de botellas. Delante, a la izquierda, piano de cola con las fauces abiertas; a la derecha, una estufa cuyos tubos se extienden por toda la habitación. En tal centro, la redonda mesa nupcial, alrededor de la cual están sentados: Pierre Scripkin, Elzevira Renaissance, cuatro testigos (dos hombres y dos mujeres), mamita y papito Renaissance, el padrino de la boda e igualmente la madrina. Oleg Baián lleva la voz cantante en el centro de la mesa, de espaldas al público.

Elzevira: ¿Empezamos, Scripito?

Scripkin: A esperar.

Elzevira: ¿Scripito, empezamos?

Scripkin: A esperar. Yo deseo casarme de una manera bien organizada y en presencia de huéspedes honorables, sobre todo en presencia de la persona del secretario del comité de fábrica, el respetado camarada Lasálchenko. ¡Ea!

Invitado (llega a la carrera): Respetables recién casados, les ruego que perdonen mi tardanza, pero estoy autorizado para expresarles los mejores augurios nupciales del respetado conductor, camarada Lasálchenko. Mañana, dijo, aunque sea a la iglesia, pero hoy, dice, no puedo acompañarlos. Hoy, dice, es día de reunión del partido y, quieras o no quieras, es preciso concurrir a la célula. Pasemos, por así decirlo, a la orden del día.

Prisipkin: Declaro abierta la boda.

Rosalía Pávlovna: Camaradas y mosiús, sírvanse, por favor. ¿Dónde van a encontrar ahora unos lechones como éstos? Compré esta pata hace años, para el caso de una guerra, o con Grecia o con Polonia. Pero... la guerra todavía no llega y el jamón se está echando a perder. Coman, señores.

Todos (alzando vasos y copas): ¡Amargo! ¡Amargo!... (Elzevira y Pierre se besan). ¡Amargo! ¡Amargoooo! (Elzevira se echa al cuello de Pierre. Éste la besa solemnemente y sin perder la noción de su dignidad de clase).

Padrino contador: ¡Beethoven!... ¡Shakespeare!... Os pedimos que pintéis algo semejante. No en vano festejamos día a día vuestro aniversario. (Arrastran el piano de cola).

Voces: ¡Debajo del ala! ¡Tómenlo por debajo del ala! ¡Dientes, cuántos dientes! ¡Como para darles un puñetazo!

Prisipkin: ¡No pisoteen las patitas de mi coludo!

Baián (se pone en pie, vacilando, y vuelca su copa): Me siento feliz, feliz al contemplar, en un período dado de tiempo lleno de luchas, la elegante culminación del camino del camarada Scripkin. Verdad que perdió en ese camino una única tarjeta personal del partido, pero, en cambio, adquirió muchísimas cédulas del empréstito público. Nos fue dado armonizar y conjugar en él contradicciones de clase y de otro tipo, en lo cual es imposible que una mirada marxista bien pertrechada no vea, por así decirlo, como en una gota de agua, la dicha futura de la humanidad, lo que la gente vulgar conoce con el nombre de socialismo.

Todos: ¡Con qué pasos capitales avanzarnos por el camino de nuestra estructuración familiar! ¿Acaso, cuando luchábamos por ustedes en el Perecop, y muchos de nosotros hasta murieron, acaso podíamos adivinar que estas rosas iban a florecer y a perfumarnos en un período dado de tiempo? ¿Acaso, cuando gemíamos bajo el yugo de la autocracia, acaso nuestros grandes maestros Marx y Engels podían soñar como adivinación, o también adivinar como sueños, que íbamos a unir con los vínculos de Himeneo al trabajo ignorado, pero grande, con el capital, de capa caída pero encantador?

Todos: ¡Amargo! ¡Amargo!...

Baián: ¡Respetados ciudadanos! La belleza... ¡es el motor del progreso! ¿Qué sería yo en calidad de modesto laborante? Una cuba... ¡y nada más! Y, ¿qué podría hacer en calidad de cuba? ¡Mugir! ¡Y nada más! En cambio, en mi calidad de Baián... ¡lo que se me antoje!

Por ejemplo:

Oleg Baián

bebe cuanto le dan.

Y así soy ahora Oleg Baián y, como miembro de la sociedad con igualdad de derechos, aprovecho todas las delicias de la cultura y puedo expresarme, es decir no... expresarme es lo que no puedo, pero puedo decir, imitando a los griegos de antaño: "Elzevira Scripkina, pásenos la sardina". Y a mí puede responderme todo el país, como estilan ciertos trovadores:

Para mojar tu garganta,

con elegante ademán,

medio arenque y una copa

ofrecemos a Baián.

Todos: ¡Bravo! ¡Hurra! ¡Amargo!

Baián: La belleza... es la madre...

Uno de los testigos (sombrío y dando un respingo): ¡Madre! ¿Quién dijo "madre"? Ruego que no se sirvan de tales expresiones delante de recién casados. (Lo apartan de un empujón).

Todos: ¡Beethoven! ¡Camarinskaia! (Arrastran a Baián hasta el piano).

Baián:

Vino hasta el Civil el tranvía,

en él iba el rojo cortejo...

Todos (haciéndole coro):

¡El novio en ropas de trabajo,

en su blusa el carnet sindical!

Contador: ¡Comprendí! ¡Comprendí todo! Esto quiere decir:

Salud, Oleg Baiancito,

rizado carnerito. .

Peluquero (se desliza con un tenedor hacia la madrina): No, señora, verdaderos rizos ahora, después de la revolución, no se encuentran. El chignon gauffré se hace así... Se toman las tenacillas (hace girar el tenedor), se calientan a fuego lento, a l´étoile (mete el tenedor en la llama de la estufa), y se levanta en la coronilla semejante soufflé de pelo.

Madrina: ¡Usted ha infligido un insulto a mi dignidad de madre y de doncella!... Baje esas manos... ¡Hijo de perra!

Testigo: ¿Quién dijo "hijo de perra"? Ruego no servirse de tales expresiones delante de recién casados. (El contador los separa y, canturreando, hace girar la manivela de la máquina registradora. Luego da vueltas con ella como un organillo).

Elzevira (a Baián): ¡Ay! ¡Toque algo, ay! El vals "Tristeza de Macárov por Vera Jólodna". Ay, es algo tan charmant, ni más ni menos petite hístoire.

Testigo (armándose con una guitarra): ¿Quién dijo "pissoir"? Por favor, delante de recién casados... (Baián los separa y se lanza sobre las teclas).

Testigo (lanzando miradas torvas, de amenaza): ¿Qué es esto, tocas nada más que en las teclas negras? ¿Es decir, para el proletariado en la mitad, en cambio para la burguesía en todas?

Baián: ¿Cómo se le ocurre, ciudadano? Yo procuro tocar sobre todo en las teclas blancas.

Testigo: Es decir, estamos en las mismas, como si la tecla blanca fuera la mejor. ¡Toca en todas!

Baián. ¡Si lo hago en todas!

Testigo: ¿Es decir que estás con los blancos, oportunista?

Baián: Camarada... Así es, porque estoy tocando en do mayor.

Testigo: ¿Quién dijo "domador"? Delante de recién casados... ¡Ea! (Le descarga un golpe con la guitarra en la nuca. El peluquero enreda en el tenedor los cabellos de la madrina. Prisipkin se interpone entre el contador y su mujer).

Prisipkin: ¿Cómo se atreve a tocar el pecho de mi mujer con un arenque? ¡Esto no es un cantero, sino su pecho, y esto no son crisantemos, sino un arenque!

Contador: Y usted... ¿Nos agasajó con salmón? ¿Nos agasajó? ¿Sí? Y se atreve a gritar... ¿Sí? (En medio de la reyerta, lanzan a la novia, envuelta en sus gasas, contra la estufa; la estufa se vuelca, llamas, humo).

Gritos: ¡Ardemos! ¿Quién dijo "ardemos"?... ¡Fuego! El salmón... Partió del Civil el tranvía...

 

 

 
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