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-Vuestra Excelencia Ilustrísima puede disponer de mí como fuese su gusto, seguro de que me hallará como siempre fiel servidor. Mis hechos pasados, señor, creo que no pueden dar indicio contrario. Sólo ruego a V. E. que se digne permitirme que le diga dos palabras con libertad.

Y habiendo el duque hecho seña de que hablara, continuó:

-Siempre, glorioso señor, como antes os guardé fidelidad, eternamente seguirá sucediendo lo mismo. Pero alguien puede haberos visto también, y si la cosa se divulgara luego que de aquí salga yo, podríais cargarme la culpa sin que tuviera la más mínima en el mundo. De modo, señor, que no veo camino para salir con honra de una manera cierta.

-Ve -repuso el duque -pon buena voluntad, procura obrar bien y no temas que te haga cargos que no merezcas. Además, no cumple a mi propósito no ocultarme más que por pocas horas; y luego que ellas fuesen pasadas, sepa y diga quienquiera lo que en gana le venga, siempre que no salga de tu boca, si en algo tienes conservar mi gracia.

Boscherino nada replicó a estas palabras: tan sólo bajó la cabeza reverentemente, expresando en su gesto que estaba pronto a obedecer, y no tenía otro recelo que el de no ser creído bastante obediente. Pidió licencia, y andando hacia atrás, haciendo muchas reverencias, salió, llegó a la puerta y le pareció que tardaba mil años en ganar la calle.

Pocos minutos después, también salió don Miguel de la estancia del duque, encontró la que le estaba destinada y encerróse en ella.

El piso superior de la hostería quedó silencioso como si estuviera deshabitado.

 
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