Sentóse el señor Landais y todo quedó en
silencio en la sala del tribunal de Versalles, y ese silencio tan sólo lo
turbaban ¡os gemidos ahogados y lamentables del acusado Doriat.
Este silencio duró mucho rato, y hubiérase podido
decir que el Presidente del Tribunal, dejándose llevar por su elevada
imparcialidad, quería dejar que pasase el tiempo necesario para que las
últimas palabras del defensor produjesen su efecto sobre los jurados,
predisponiéndolos para la indulgencia.
Allí estaban, trariquilos y severos, los doce jueces
populares que la ley concede al criminal, jueces que pertenecen a todas las
clases sociales; allí estaban fijando sus escrutadoras miradas en Doriat,
intentando leer en su conciencia y adivinar la verdad a través de sus
lágrimas.
De los jurados, sólo uno daba pruebas de
distracción y era su jefe, el designado por la suerte, el señor
Juan de Montmayeur, fabricante de productos químicos, domiciliado cerca
de Garches.