-¡Palabras ingenuas y sublimes que probaban la rectitud
del desventurado!
-¡Vamos! -le dijeron. -Es preciso que se levante.
Púsose en pie y en un momento los carceleros le quitaron
las ropas de la cárcel y le vistieron la que llevaba al entrar
allí. El les dejó hacer sin oponer la menor resistencia,
dejándoles el cuerpo, pero el alma estaba muy lejos de allí y como
en sueños oyó que se decían unos a otros:
-No hará ninguna resistencia, no. hay necesidad de
-ponerlo la camisa de fuerza.
El Jefe de seguridad preguntóle con aire
bonachón
-Vaya, amigo Doriat, una vez que va a morir, ¿qué
trabajo le cuesta confesar que fue usted quien dio el golpe?
Irguióse Doriat; esas solas palabras bastaron para que
se coloreasen sus mejillas y le devolvieran la perdida energía.