-¡Ah! -dijo Doriat. -¿Qué es lo que
quieren? ¿Qué es lo que sucede? -y de pronto recobró toda
la lucidez de su inteligencia. -¡Oh! ¡Estaba soñando, Dios
mío! ¡Soñaba que estaba libre, y aún me hallo
aquí!
Callóse, y su silencio tuvo algo de horroroso.
-¿Qué es lo que me quieren? ¿Por
qué me despiertan?
El jefe de seguridad respondióle con mucha dulzura.
-Le han negado el indulto, y ha llegado la hora de morir.
-¡Morir! ¡Morir! Entonces, ¿es la
guillotina?
Acercósele el capellán, y le abrazó
llorando.
-¡Valor! Hijo mío, acuérdese de la
Misericordia divina.
Rechazóle Doriat, y contestó con voz ronca.
-¡Morir! ¡Pero bien sabe usted, señor cura,
que soy inocente, puesto que oyó mi confesión!