Supe las relaciones del comisario
con la viuda Eulalia, los enredos comerciales de los Gambutti, la reputación
ambigua del relojero Porro. Instigado por el fondero Gómez, dije una vez
«retarjo» al cartero Moreira que me contestó «¡guacho!», con lo cual malicié que
en torno mío también existía un misterio que nadie quiso revelarme.
Pero estaba yo demasiado contento
con haber conquistado en la calle simpatía y popularidad, para sufrir
inquietudes de ningún género.
Fueron los tiempos mejores de mi
niñez.
La indiferencia de mis tías se
topaba en mi sentir con una indiferencia mayor, y la audacia que había
desarrollado en mi vida de vagabundo, sirviome para mejor aguantar sus
reprensiones.