Dos o tres veces más vino don Fabio a
buscarme y así concluyó el primer año.
Ya mis tías no hacían caso de mí,
sino para llevarme a misa los Domingos y hacerme rezar de noche el rosario.
En ambos casos me encontraba en
la situación de un preso entre dos vigilantes, cuyas advertencias poco a poco
fueron reduciéndose a un simple coscorrón.
Durante tres años fui al colegio.
No recuerdo qué causa motivó mi libertad. Un día pretendieron mis tías que no
valía la pena seguir mi instrucción, y comenzaron a encargarme de mil comisiones
que me hacían vivir continuamente en la calle.
En el Almacén, la Tienda, el
Correo, me trataron con afecto. Conocí gente que toda me sonreía sin nada exigir
de mí. Lo que llevaba yo escondido de alegría y de sentimientos cordiales, se
libertó de su consuetudinario calabozo y mi verdadera naturaleza se espandió
libre, borbotante, vívida.