¿Seis, siete, ocho años? ¿Qué edad tenía a lo
justo cuando me separaron de la que siempre llamé «mamá», para traerme al
encierro del pueblo so pretexto de que debía ir al colegio? Sólo sé que lloré
mucho la primer semana, aunque me rodearon de cariño dos mujeres desconocidas y
un hombre de quien conservaba un vago recuerdo. Las mujeres me trataban de
«m'hijato» y dijeron que debía yo llamarlas Tía Asunción y Tía Mercedes. El
hombre no exigió de mí trato alguno, pero su bondad me parecía de mejor
augurio.
Fui al colegio. Había ya
aprendido a tragar mis lágrimas y a no creer en palabras zalameras. Mis tías
pronto se aburrieron del juguete y regañaban el día entero, poniéndose de
acuerdo sólo para decirme que estaba sucio, que era un atorrante y echarme la
culpa de cuanto desperfecto sucedía en la casa.