Un año duró aquello. En mi
destino estaría escrito que todo bien era pasajero. Don Fabio dejó de venir
seguido. De mis petizos mis tías prestaron uno al hijo del tendero Festal, que
yo aborrecía por orgulloso y maricón. Mi recadito fue al altillo, so pretexto de
que no lo usaba.
Mi soledad se hizo mayor, porque
ya la gente se había cansado algo de divertirse conmigo y yo no me afanaba tanto
en entretenerla.
Mis pasos de pequeño vagabundo me
llevaron hacia el río. Conocí al hijo del molinero Manzoni, al negrito Lechuza
que a pesar de sus quince años, había quedado sordo de andar bajo el agua.