Afuera reclamaba yo de quien me
había mandado:
-Aura dame un peso.
-¿Un peso? Te ha pasao la tranca
Juan Sosa.
-No... formal, alcánzame un peso
que vi'hacer una prueba.
Sonriendo mi hombre accedía
esperando una nueva payasada y a la verdad que no era mala, porque entonces
tomaba yo un tono protector, diciendo a dos o tres:
-Dentremos muchachos a tomar
cerveza. Yo pago.
Y sentado en el hotel de los
copetudos me daba el lujo de pedir por mi propia cuenta la botella en cuestión,
para convidar, mientras contaba algo recientemente aprendido sobre el alazán de
Melo, la pelea del tape Burgos con Sinforiano Herrera, o la desvergüenza del
gringo Culasso que había vendido por veinte pesos su hija de doce años al viejo
Salomovich, dueño del prostíbulo.