Capítulo I
Eisenach, Alemania. Marzo de 1694
La cara de Johann Jacob estaba muy colorada, no sólo
donde su padre acababa de darle una bofetada, sino toda ella. La rabia y la
vergüenza eran la causa de la uniformidad del color. Era domingo por la
mañana y después de gritar:
–¡No vas a comer nada hasta mañana!, Johann
Ambrosius salió seguido por su esposa, mientras Johann Sebastian se
quedaba con su hermano.
–Dime, Johann Jacob, si tenemos tanto que agradecer a
Dios, ¿porqué te parece demasiado ir a la iglesia una vez por
semana?.
Johann Jacob explotó:
–¡Porqué Dios no existe!
Johann Sebastian quedó asombrado...
–¿Porqué piensas eso?
–Muy sencillo: si no lo veo es que no existe.
Por un momento Johann Sebastian sintió tanta furia como
su padre momentos antes, pero se quedó callado. Johann Jacob le daba la
espalda en señal de que no había nada más por decir. Pero
sí que había.