Lorenz terminó la frase medio riendo, pero los chicos ni
siquiera sonrieron: los dos pensaban que seguramente fue exactamente así,
en el caso de su padre.
El calor de la chimenea, la leche y el pan con queso
hacían que se sintieran reconfortados. Pero ahora las piernas les pesaban
más que antes. Lorenz dijo:
–Oigan niños, ya está oscureciendo, aunque
saliéramos en este mismo momento, llegaríamos a casa de Johann
Cristoph en plena oscuridad. Yo digo, ¿porqué no pasan la noche
aquí?, de todos modos Johann Cristoph vendrá mañana muy
temprano porque tiene que tocar en el primer oficio de la mañana y luego
se irían a casa con él.
Sebastian y Jacob se miraron y dijeron al unísono:
–Sí, sí, hagámoslo
así.