Eisenach. Febrero 1695
Bueno... era así y no cabía darle más
vueltas: Bárbara Margarette había ido al Municipio a pedir una
pensión para los dos huérfanos y todo lo que recibió fue
una negativa cerrada. No importaba que los niños fueran menores de edad;
lo importante era que Johann Ambrosius no había sido ciudadano. Ella,
claro, no lo sabía; los músicos y los lacayos eran considerados
"itinerantes", por lo tanto las ciudades no les daban la
ciudadanía a menos que dieran constancia de tener un empleo significativo
y estable como organista de la Corte o algo así. El hecho era que no le
dieron nada para Jacob y Sebastian, y ella no los podía mantener.
Bárbara Margarette podía ser muy eficiente cuando
las circunstancias lo requerían. Puso una hogaza de pan y una salchicha
en la mochila de cada uno de los chicos. Lo primero que haría a la
mañana siguiente, sería mandarlos a la casa del hermano mayor,
Johann Cristoph, que era organista en la Iglesia San Miguel, en Ohrdruf. Se le
cayó una lágrima del ojo derecho, ¡pobre Johann Ambrosius!,
ocurrió en la cama, mientras me tenía abrazada.
–¡Fue la Gracia de Dios!, no sufrió
nada.
Se miró en su espejito: la lágrima no
había dejado huella. Arregló una cinta de su peinado y se fue a
dormir.