Desde que Ludovico el Saltador lo construyó en 1067, en
el castillo habían vivido hombres y mujeres extraordinarios. Fue
ahí donde Hermann I convocó a la legendaria Guerra de los
Trovadores, donde Wolfram von Eschenbach y Walter von der Vogelweide asombraron
a sus contemporáneos con su música y sus poesías.
Desde 1211 a 1228, Santa Elizabeth, esposa de Ludovico IV,
vivió en el castillo y en el mismo lugar Federico el Sabio,
Príncipe Elector de Sajonia, escondió a Martín Lutero de
sus enemigos. A las once de la noche del 3 de mayo de 1521, Lutero entró
en el Wartburg donde viviría un año entero. Que durante ese
año tradujo la Biblia al alemán, dando así su primera forma
culta a ese idioma, es un hecho bien establecido. Pero algunos juraban haber
visto en la pared del cuarto donde vivió Lutero, una mancha de tinta que
se produjo cuando él le tiró un tintero al demonio, que se le
había aparecido para tentarlo. Johann Sebastian se preguntaba,
¿será posible? Algunos juraban que lo habían visto...
Claro, que él nunca había entrado al castillo. Se paraba siempre
en el mismo lugar, en la cima de la colina, desde donde veía extenderse
los bosques, sus árboles pesados de nieve, hasta donde alcanzaba la
vista. Y esa blancura radiante y el completo silencio lo hacían sentir
más cerca de Dios que nunca. Sí, subía al Watburg siempre
que podía.