Tan distintos en el físico como en el carácter,
Johann Jacob y Johann Sebastian se querían mucho. Iban juntos a la
Lateinschule (escuela de Latín) y al mismo curso, aunque Johann Jacob era
tres años mayor que Sebastian. El año anterior, cuando comenzaron
a ir a la escuela, Sebastian era el número cuarenta y siete de su clase y
su hermano estaba dos ó tres lugares más atrás. Este
año, Sebastian eran el número catorce. Y ese progreso no era
casual: se había enterado de que Lutero había asistido a esa misma
escuela y Sebastian era muy religioso. Amaba profundamente a Dios y todo lo que
Él había creado lo llenaba de alegría y de reconocimiento.
Las cosas más simples, el agua que manaba de las fuentes, las flores en
el piso del bosque, el calor del sol, lo hacían sentir como si recibiera
un regalo personal muy valioso.
El año anterior, cuando el más atrevido de sus
compañeros de clase lo puso al tanto del procedimiento por el cual llegan
a nacer los bebés, Sebastian estaba asombradísimo: ¡Oh
Dios!, ¡Bondadoso, todopoderoso Señor! Estaba un poco confundido;
la idea de que un día, él, Johann Sebastian, como el Señor,
pudiera crear vida, crear de su propio cuerpo otra persona, lo conmovió
hasta el fondo de su ser. ¿Sería verdad lo que le habían
dicho? ¡Era demasiado maravilloso para ser verdad!
A fines de noviembre, antes del amanecer, Johann Jacob y Johann
Sebastian, con dos baldes cada uno, fueron a la fuente de la esquina de la calle
Frauenplan, donde vivían, a buscar agua. Los vecinos que los vieron pasar
sabían que Johann Ambrosius se iba a casar con Bárbara Margarette
la semana siguiente y ataron cabos: los niños estaban preparando un
baño para su padre. Y así era.