Hayle acompañó a los dos
hombres a la taberna y vió con qué júbilo acogía el dueño su llegada.
Los dos amigos de Hayle fueron alojados en los camarotes del corral a derecha o izquierda suya, no sin que él se asegurase previamente del espesor de las paredes, para ver si se oiría a través de ellas el ruido del oro.
Gedeón había pensado :
-No debo olvidar que tengo poco dinero. Sería imprudente que, antes de haber hablado, me creyesen en buena situación de fortuna.
Cuando se reunieron en el corral, dijo el más alto de los dos viajeros :
-Cuando estuve la última vez en
Singapore, me acompañaba Stellman, que había obtenido del gobierno holandés una autorización para pescar perlas en la costa, occidental. Tenía mucho empeño en que fuese con él.
-¿Y no aceptó usted la proposición?
-He visto dos presidios holandeses -respondió el viajero,- y no tengo ganas de llevar más allá mis investigaciones en la materia.
-¿Qué ha sido de Stellman? -preguntó Hayle con indiferencia y como si el asunto no le interesase.
-Los holandeses heredaron su dinero, su barco, su nácar y tres hermosas perlas de esas que hacen venir el agua a la boca.
-¿Y Stellman ? -Lo enterraron en Surabaya, donde dicen que murió del cólera. Pero después me han contado que lo mataron de hambre. En las prisiones holandesas se alimenta mal a los detenidos.
Al decir estas palabras, el que hablaba
miró a su compañero. Fuese que la suerte de Stellman no interesaba gran cosa a Hayle, o que ya conociese aquella historia, nuestro hombre indicó con un movimiento de cabeza el cuarto en que se estaba lavando el más pequeño de los dos viajeros. Aquel movimiento de cabeza tuvo una significación clarísima.