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Por la mañana se reunieron para almorzar, como si pesase sobre ellos la gravedad del asunto de que iban a tratar.

Coddy, el más bajo de los tres, era de humor taciturno y no despegó los labios. Era el tipo clásico del aventurero del siglo diecinueve. Sin casa ni hogar, no tenía más que una manía: estudiar las edades pasadas, y la extensión de sus conocimientos hubiera, asombrado a más de un sabio acreditado en cuestiones orientales.

La ciencia de Coddy era la causa, de que los tres compañeros se hubiesen reunido en Singapore.

Aquel hombre tenía, un. aspecto extraño. Su estatura, no excedía de cuatro pies y seis pulgadas, y su cara mofletuda, le hacía parecer de lejos un niño.

Pero si se le examinaba de cerca, se veía que su cara estaba surcada de una infinidad de pequeñas arrugas. Era barbilampiño y se había dejado crecer desmesuradamente el cabello, ya canoso.

Coddy hablaba corrientemente, la mayor parte de los dialectos de la India.

Los rusos lo habían tenido preso por pescar focas en parajes prohibidos; los chinos de Yang-Tsé lo habían sometido, al tormento, y, lo que es peor, los franceses le habían dado una, paliza en el Tonkín.

Detalle singular: Coddy sentía un vivo cariño por Kitwater.

Hacía muchos años que los dos vivían juntos, regañando sin cesar y sin poder separarse.

Coddy y Kitwater habían asociado a Hayle a varias de sus empresas, teniendo en cuenta que su fuerza y su espíritu de invención lo hacían un precioso auxiliar.

No me arriesgaré, sin embargo, a precisar el grado de confianza, que tenían los unos en los otros.

Una vez terminado el almuerzo, el terceto se sentó a fumar debajo del toldo.

El primero que tomó la palabra fue Hayle.

-Ahora -dijo- pónganme al corriente del motivo de nuestro cita.

-Aquí no -respondió Kitwater, -pues estamos rodeados de oídos. Bajemos al puerto y alquilemos un bote.

Los otros dos aceptaron la proposición, y el grupo se dirigió a los muelles. Una vez allí, Kitwater alquiló una lancha, para disponer libremente de ella por una, hora, y cuando estuvieron lejos de la orilla, rogó a Hayle escuchase con atención lo que tenía que decirle.

 
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