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-¿Son grandes esas ruinas?

-Según dice Coddy, más grandes que Londres.

Coddy repitió su ademán afirmativo.

Pero Hayle no parecía convencido.

-¿Y vais a revolver toda esa superficie? -dijo. -Temo, amigos míos, tengáis ya la cabeza blanca cuando descubráis el tesoro.

-¡No! Estamos muy bien informados. Un explorador chino recorrió esos lugares en... ¿En qué año fué, Coddy?

El aludido respondió sin vacilar -En 1259.

-Ese explorador describe los esplendores de la ciudad y la riqueza de sus habitantes, y después insiste mucho en el modo que tuvo el Rey de hacerle ver el sitio del tesoro, donde contempló una, fortuna, grandiosa.

Hayle hizo observar con gran oportunidad. Pero en eso no nos enseña dónde está ese tesoro.

-Acaso no pero podemos llegar a saberlo por otros medios valiéndonos, por ejemplo, de las aptitudes especiales de un hombre para esa elase de investigaciones. Los que quieran triunfar en el mundo, deben poner todas las probabilidades en su juego. Coddy ha traducido la relación del viajero chino, y éste dice que, cuando el Rey le hizo ver el tesoro, se quedó tan deslumbrado por las magnificencias de aquel espectáculo, que apenas pudo subir al sitio en que el Monarca daba las audiencias a su pueblo. Después cuenta que el Rey se sentaba, para administrar justicia, en un trono colocado en el patio de las Tres Cabezas de Elefante. No tenemos más que dar con ese patio y lo descubriremos.

-¿Cómo sabéis que desde aquella época no se han llevado los tesoros? ¿Creéis que aquella gente estaba loca para, no llevarse esa riqueza en sus peregrinaciones? Vamos a ver... reflexionen ustedes.

Aunque los tres compañeros estaban lejos de todo oído indiscreto, y solos en la lancha, Kitwater miró con desconfianza alrededor antes de responder.

Entonces su cara se animó con una plácida sonrisa, como a la evocación de un recuerdo agradable, y continuó :

-¿Cómo sé que el tesoro existe todavía? Escúcheme usted un instante y se lo diré. Y si después de mis explicaciones duda todavía, será usted muy difícil de contentar. Estando en Manlmein, hace apenas seis meses, la casualidad me puso en presencia de un hombre al que no había visto hacía muchos años, un francés que había pasado casi toda, su vida en Birmania. Me sorprendió mucho verlo en la opulencia, y cuando estábamos solos hizo muchas veces alusión a un sitio que conocía y en el que existía, la mayor fortuna del mundo... Para apoderarse de ella, según decía, no había más que extender la mano... El había tomado cuanto pudo, pero los chinos, muy numerosos en aquellos alrededores, lo ataron y no le dejaron continuar su operación.

 
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