Una vez allí, pidió unos licores extraños, los olió con desconfianza antes de servírselos y se puso a mezclarlos en discretas y calculadas proporciones.
Manuel lo miraba con sorpresa y
admiración. El portugués creía que, después de su larga práctica, no le era desconocida ninguna mezcolanza, de brebajes, pero tuvo que confesarse que no conocía la que aquel hombre estaba preparando.
-¿Cómo se llama, eso? -preguntó cuando el nuevo huésped acabó sus combinaciones.
-Un regenerador -respondió el extranjero, y añadió con sonrisa sarcástica:
-Esta bebida debía estar muy de moda entre sus clientes de usted.
Después se llevó su vaso a la puerta, se sentó debajo del toldo y se puso a beber a sorbos muy lentos, como si la precipitación quitase las virtudes a su precioso licor.
La abigarrada multitud que pasaba por delante de la taberna, hubiera, divertido a otro observador cualquiera, pero Gedeón Hayle no hacía caso alguno de aquel espectáculo, al que estaba muy acostumbrado.
-No me parece, probable que vengan ya hoy -pensó mientras observaba que el nivel del liquido iba bajando considerablemente en el vaso.
-¿Será esta carta alguna,
farsa o me la habrán enviado para, engañarme?... En este caso, juro por todos los dioses asiáticos que no se desembarazarán de mí tan fácilmente.
Y la expresión de la cara de Hayle subrayó con claridad este último pensamiento.
Por fin se levantó, llevó el vaso al mostrador y salió de la posada con la intención de dar un paseo.